—Espera—Alejandro, después de escuchar las palabras anteriores, sintió una inexplicable ira que se apoderaba de su corazón, y habló en tono serio, —Irene, ¿todavía te falta una disculpa?
Rodrigo suspiró profundamente, frustrado por no poder callar la boca de Alejandro.
Clara sintió un dolor punzante en el pecho y lo miró fríamente.
Alejandro sintió cómo esa mirada decepcionada atravesaba su alma por completo.
—¡No fue la cuñada! ¡No fue la cuñada!
Una dulce y suave voz sonó a tiempo, como si un rayo hubiera estado formándose en las nubes durante mucho tiempo y finalmente estallara con todo su poder, tomó por sorpresa a la persona que ocultaba malas intenciones en su corazón.
Clara miró en la dirección de la voz, y en sus ojos apagados, apareció un destello de luz.
—¡Noa!
Vio a una joven corriendo hacia ellos, vestida con un sencillo vestido blanco y con un peinado similar a una coliflor, de tez pálida y delicada.
Ese ridículo peinado fue obra de Leona para Noa.
En la familia Hernández,