La helada morgue, con su frío penetrante, constantemente te recordaba que aquí, en este lugar donde yacen los muertos, hay un gran abismo infranqueable entre la vida y la muerte.
Clara y Alejandro, parados en la penumbra junto a la puerta, dejaron que Rodrigo tuviera la última oportunidad de ver a Luisana.
Bajo las sábanas blancas, Luisana, con su rostro aún sin un rastro de color, seguía siendo hermosa y muy serena. Sus ojos estaban cerrados pacíficamente, con una leve sonrisa en sus delicados labios, como si estuviera teniendo un sueño del que nunca despertaría.
Rodrigo inclinó profundamente la cabeza, mientras el frío del entorno caía sobre él como una fuerte marea de furia invisible, a punto de aplastar su espalda cargada de un intenso dolor.
Con la garganta llena de angustia, con dedos temblorosos, trazó suavemente el contorno de los hermosos labios de ella.
No entendía por qué ella había partido con una hermosa sonrisa en los labios.
Un disparo en el abdomen, caer desde tan alto,