Mundo ficciónIniciar sesión~ Amalia ~
El reloj en la mesita de noche de la suite de invitados marcaba la 1:47 AM. El silencio en la sala ejecutiva de L’Ombra era profundo, un silencio caro, custodiado, y mortal. Me levanté de la cama. El vestido blanco, ahora una carga peligrosa, había sido reemplazado por un mono de licra negro, flexible y silencioso. Mi primera tarea fue salir de la suite. La llave electrónica que Lucas me había dado solo funcionaba para mi puerta. El pasillo estaba vigilado por cámaras de circuito cerrado, pero gracias a mis habilidades de francotiradora, sabía cómo moverme en los puntos ciegos. Me pegué a la pared, mis movimientos eran fluidos y silenciosos, un contraste total con la mujer elegante que había cenado con los Gallo horas antes. Al llegar a la oficina de Dante, la puerta estaba cerrada. No tenía llave, me detuve. En mi bolso, sabía que Lucas había dejado un bolígrafo de la marca Moretti. Saqué mi navaja y, con una precisión que había practicado incontables veces, abrí el bolígrafo. Dentro, una fina aguja de acero, no era profesional, pero serviría. Me arrodillé junto a la cerradura, mis oídos atentos a cualquier sonido. El más mínimo clic metálico o error de presión me costaría la vida. Cinco minutos de concentración total. La adrenalina bombeaba, pero mis manos permanecían firmes. Click. La cerradura cedió. Entré en la oficina, cerrando la puerta detrás de mí con mucho cuidado. La oscuridad era casi absoluta, apenas alumbrada por las luces de la ciudad a través del cristal. Respiré hondo el aire de la oficina, el olor a Dante, tabaco, cuero y peligro, era un recordatorio constante de dónde estaba. Me moví directamente a la pared de caoba donde estaba la estantería de vinos. Me puse de puntillas, buscando la botella correcta. — Burdeos, 1982. — Susurré, localizándola. Con cuidado extremo, retiré la botella de su soporte. Detrás de ella, tal como mis dedos habían sentido antes, estaba la pequeña rendija. Era una placa de presión o un sensor biométrico oculto. Necesitaba un código o una huella. Mi corazón se hundió, había asumido que era una cerradura mecánica. Pero Dante no dejaría la entrada a su Búnker tan vulnerable. Me volví hacia el escritorio, el centro de mando de Dante. El lugar donde él se sentaba y tomaba decisiones de vida o muerte. Estaba seguro, por supuesto, pero en el cajón superior, encontré el clásico cajón de desorden de cualquier ejecutivo. Clips, bolígrafos, un paquete de chicles mentolados y... un encendedor plateado con el emblema de la familia Moretti. Lo tomé, no era solo un encendedor, era pesado. Pasé mis dedos por la base y sentí un pequeño botón. Al presionarlo, la base se abrió, revelando un disco de memoria diminuto, del tamaño de una uña. No me detuve a mirar el contenido, mi misión principal era la cerradura. Volví a la pared ¿Qué usaba Dante que fuera único? Un anillo, un reloj, la huella dactilar. Me di cuenta de que el patrón de la cerradura no era para un dedo. Era alargado, estrecho, recordé la noche de la cena, su anillo. El anillo que yo misma le había robado en el club y que ahora estaba cosido en el forro de mi bolso en la suite de invitados. Lucas había sido muy cuidadoso al llevárselo. Si el anillo era la llave... estaba atrapada. O no. Recordé que Dante Moretti usaba un reloj de acero pesado. Me acerqué al escritorio nuevamente, revisando con precisión de cirujana. No estaba en el escritorio, ni en la bandeja de cuero. Me moví hacia el perchero, donde su chaqueta de esmoquin colgaba impecable. En el bolsillo interior, mi mano encontró el objeto frío y pesado, el reloj. Volví a la pared, con el reloj en la mano. Lo acerqué a la ranura, nada. Lo giré, el borde de la caja del reloj, finamente grabado con las iniciales de la familia, no encajaba. Cerré los ojos, respirando profundamente. Pensar como él ¿Qué no dejaría él a la vista? Abrí el reloj, la tapa de la caja. Lo presioné contra la ranura. Click... Wzzzzzzt. Una luz azul parpadeó en la estantería de vinos, el mecanismo se había activado. Toda la estantería de caoba se deslizó hacia la izquierda, revelando una escalera de metal que se hundía en una oscuridad absoluta. El aire que salió del hueco era frío, pesado y olía a metal, humedad y el aroma químico que reconocí de mis investigaciones sobre el Loto Negro. El Búnker, estaba abierto. Me quedé al borde del agujero. La luz de la oficina no llegaba hasta el fondo. Sabía que no podía haber cámaras dentro de la oficina, pero el Búnker seguramente estaría plagado de ellas, si bajaba ahora sin un plan, sería mi fin. Mi objetivo, encontrar pruebas de que Dante ordenó el ataque a mi padre. Tenía que ser rápido. Descendí por la escalera de metal, aferrándome a la barandilla con fuerza. Diez, veinte, treinta escalones. El silencio se hizo más profundo. Al llegar al piso, el aire era casi irrespirable, frío y pesado. El Búnker era una mezcla de laboratorio de alta tecnología y centro de comando militar. No había nadie, estaba sola. Me dirigí directamente al centro de comando, un teclado con un lector biométrico, no podía perder tiempo. Rápidamente, me moví hacia el laboratorio. Encontré contenedores etiquetados con el logotipo del Loto Negro. Y en una pared, un tablero de corcho cubierto con fotos y mapas. No eran fotos de clientes, eran fotos de sus enemigos... Los hombres de la Familia Gallo, yen el centro... una foto de Marco Moretti, el padre de Dante, con un círculo rojo tachado. Pero mi atención se detuvo en una carpeta asegurada con un código. No podía abrirla, busqué en los alrededores. Debajo de una pila de informes financieros, encontré un archivo de papel antiguo. Era un informe médico, fechado hace diez años. Lo abrí. Decía, Informe de patología... Muerte de Clara Moretti. La madre de Dante, la causa de la muerte era una enfermedad incurable, pero la última línea del informe era un juramento escrito con letra de niño, mo hicieron nada, pagarán. Esto confirmaba la historia de Dante sobre su madre, pero no me daba pista sobre mi padre. La prueba que necesitaba no estaba a la vista. De repente, un sonido helado. Un click metálico cerca de la entrada. Alguien había entrado en la oficina de Dante, y la puerta de caoba del Búnker estaba abierta. Corrí hacia un pasillo lateral, mi corazón martilleando contra mis costillas. Solo había un hombre que usaría el reloj como llave. Dante. Me deslicé detrás de una estantería llena de informes financieros. La luz de la oficina comenzó a iluminar la escalera. Si me encontraba, no habría piedad. Mi única oportunidad era ver lo que venía a hacer. Porque si me ve aquí, sabrá que busco traicionarlo, y eso me costaría la vida.






