CAPITULO 13
¡Dios santo! Si acaso me escuchas ten piedad de mi alma, giro mi pie derecho para darme media vuelta y huir de aquí, pero el pecho duro y musculoso de Puerto me detiene. Alzo la cabeza para encontrarme con esa sonrisa ladina que dibuja en sus labios cada vez que me va a meter en problemas. Toma mi brazo con tanta familiaridad y miro para todos lados en busca de alguien que nos esté viendo y gracias al cielo todos están ocupados en sus quehaceres laborales. Me echo hacia atrás y aprieto los párpados al reconocer la loción de Miguel. El italiano sigue ejerciendo presión sobre mi piel.
Tiro del agarre—Entonces quedamos así, señor Russo—el abuelo tiene el entrecejo arrugado y la mandíbula tensa.
—¿En que quedamos?—¡Por los clavos de Cristo! El magnate suelta la pregunta de la nada solo para fastidiarme, Miguel se cruza de brazos y ahora sé que estoy metida en semejante lío.—Oh…Lo siento en eso quedamos…—usa un tono de voz sospechosa, le hago una mueca con la cara con algo de