Charlas, dudas y más (3era. Parte)
El mismo día
New York
Galvin
Muchos creen que el éxito cae del cielo, que basta con esforzarse un poco y la gloria llega sola. Ingenuos. El éxito real es una guerra silenciosa donde solo gana el que está dispuesto a aplastar al resto. Yo aprendí eso desde joven: ser el mejor no era suficiente, había que hacer que todos los demás parecieran mediocres a mi lado. Y si eso implicaba manipular, usar, traicionar o humillar… perfecto, yo jugaba ese juego mejor que nadie. Porque en este mundo, solo manda el que no le teme a ensuciarse las manos.
Y sí, yo mandaba. En el hospital, todos me respetaban. Los residentes querían ser como yo, los jefes me temían, las mujeres... bueno, las mujeres se abrían como flores con solo una mirada mía. Me fascinaba verlas competir entre ellas por tener mi atención. Era divertido. Humillante para ellas, claro, pero divertido. Yo dictaba las reglas. Yo decidía quién subía y quién se quedaba atascado en la escoria.
En el quirófano, mi palabra era ley. Mi pulso fi