—¿Dónde estás?
La voz de Lisandro era baja y profunda, resonando en la oscuridad de la noche, proporcionando a Ximena un infinito consuelo. Ella, como una niña perdida, no sabía dónde estaba, mirando desconcertada a través de la ventana del coche.
—Estoy... estoy, uh... en la intersección al lado de