—Arturo, ¿puedes contestar por mí? Por los viejos tiempos.
José rogaba. Parecía una llamada muy importante para él. Arturo miró a José, adivinando de quién era la llamada, y presionó el botón de contestar, acercando el teléfono al oído de José. En la llamada, nadie hablaba. José tampoco decía nada.