—¡Eh! ¡Ah!
Ximena, sintiendo dolor, frunció ligeramente el ceño al ser firmemente atada a una silla por Arturo. Las sillas de la casa abandonada estaban ya en mal estado, a punto de desarmarse con cualquier movimiento brusco. Ximena, con una mirada cautelosa y una voz temblorosa, dijo:
—¿No crees en