Enrique se selló la boca, prometiendo no hablar más.
Ximena sacó una servilleta de su bolso, la extendió en el suelo, y se sentó, abrazando sus rodillas, mirando a través de los huecos entre las hojas y ramas, hacia las luces a lo lejos. Fuera del arbusto, había un río, cuyo murmullo se mezclaba con