—No.
—¿Por qué decidiste llamarme? Rara vez lo haces. —La voz de Lisandro denotaba alegría.
—¿Acaso no puedo llamarte?
—¡Claro que sí! Siempre puedes llamarme, donde sea y cuando sea.
Las palabras de él hicieron que ella casi rompiera en llanto de nuevo.
—¿No te da miedo que Elena lo vea?
Preguntó