Lisandro caminó con calma hacia Antonio. El sonido de sus zapatos de cuero brillante resonó en el piso de mármol con un «clac, clac, clac» característico. Se agachó, apoyándose en una pierna frente a Antonio y le advirtió con voz suave pero helada:
—De ahora en adelante, cuídate de no señalar a la g