Error

* * * * * * * * * MERLÍ * * * * * * * *

Salgo de mi habitación y voy hasta la sala; ahí veo al hombre que hacía palpitar aceleradamente mi corazón. Él estaba dando de comer a nuestro hijo. Se había ofrecido a hacerlo mientras yo me cambiaba para ir a la pastelería, mi único trabajo.

Después de aquel incidente en la escuela, decidí no volver, pero no fue por el director, ya que Maximiliano, con sus influencias, había logrado que lo despidieran.

La verdadera razón por la que había dejado el trabajo en la escuela era por mi pequeño Maximiliano. Lo extrañaba mucho y… quería estar el mayor tiempo posible a su lado, así que renuncié y solo me quedé en la pastelería.

—Hola… —saludo; y Maximiliano voltea a verme.

—¿Ya estás lista?

—Sí, ya lo estoy.

—Danos cinco minutos y te acompañamos.

—No, tranquilo. La pastelería está cerca. Quédense en casa, disfrutando del tiempo.

—Te acompañaremos. Maximiliano quiere hacerlo y yo…, yo también —dice con su grave y adusta voz, la cual me hace sentir unas cosquillas por toda mi espalda y mi nuca.

—Okay… está bien —sonrío como tonta enamorada; y él me corresponde.

Termina de darle de comer a nuestro hijo y luego, salimos juntos hacia mi trabajo. Parecíamos una familia feliz juntos y, de hecho, creo que lo éramos. El único detalle era que Maximiliano y yo… no nos tratábamos más que como amigos.

“Aunque ese beso”, pienso al recordar aquel que le di el día del incidente en el colegio.

Habían pasado dos meses más desde aquella fecha, pero no lo parecía. El tiempo había pasado muy rápido para mí, casi no podía creer que se cumplía el mismo tiempo que estuve separada de él, sin verlo. Recuerdo que aquellos dos meses fueron eternos…, cada día era una tortura en el cual me cuestionaba si había hecho bien marcharme de su lado y, hasta ahora, me doy cuenta de que no fue la manera correcta de alejarme de él.

No fue justo para Maximiliano que lo alejara de nuestro hijo; él lo amaba demasiado; de eso no había duda alguna; y debo admitir que fui muy egoísta al no pensar en ello.

Aunque, por otro lado, también debía reconocer que volver a trabajar había sido reconfortante y me había recordado los sueños que llegué a tener. Aquellos sueños de poder estudiar y ejercer una profesión.

—¿Merlí? —escucho a lo lejos; y de pronto me doy cuenta de que Maximiliano está frente a mí y mirándome de forma muy curiosa—. ¿Estás bien?

—Sí…, sí, perdón. Yo… soñaba…

—¿Soñabas?

—Sí…, pensaba…, soñaba. Yo… ah, no te preocupes, no es nada importante.

—Tus sueños son importantes para mí, Merlí —menciona; y yo me quedo mirándolo a sus ojos.

—Maximiliano…

—Dime…

—¿De verdad no estás molesto conmigo?

—Ya te lo dije, Merlí. No lo estoy.

—Te alejé de nuestro bebé. Fui egoísta.

—Yo también lo fui contigo.

—Por favor, perdóname por lo que te hice.

—Creo que te lo repetiré.

—¿Qué cosa?

—Que no tengo nada que perdonarte.

—Maximiliano…, sabes que sí. Yo no tenía el derecho de alejarte de Maximiliano.

—Sé que tuviste miedo; ya me lo dijiste.

—¿Por qué lo haces?

—¿Qué cosa?

—Ser tan comprensivo.

—No entiendo… ¿eso es malo?

—En este caso sí porque yo no actué como debí y se supone que…

—¿Se supone que?

—Deberías estar molesto conmigo.

—¿Quieres que esté molesto contigo?

—No…, bueno, quiero decir que sí. No…, el asunto es que… dios —bufo frustrada; y lo veo sonreír dulce hacia mí—. Soy una tonta, ¿no es así?

—Eres extraña… y te amo —confiesa; y yo cierro los ojos mientras exhalo suavemente—. Merlí, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Sí, claro…

—¿Aún me quieres?

Al escuchar su pregunta, solo me limito a mirarlo en silencio mientras pienso en todas las cosas que pasamos desde que nos conocimos.

—Estoy perdidamente enamorada de ti.

—¿Aún… tienes miedo?

—Un poco…, sí.

—¿Hay algo más que miedo?

—Sí —confieso sincera; y él frunce su ceño moderadamente,

—¿Qué es? ¿Quisiera saberlo?

—A veces, me pongo a pensar en si yo realmente te haré feliz.

—¿Por qué?

—Porque... tengo un carácter muy explosivo y… tomo decisiones apresuradas y… dios. Creo que tenías razón; soy como una niña mimada.

—Merlí, no nos conocimos en las mejores circunstancias. Además, yo tampoco actué bien.

—Somos como dinamita, ¿no es así?

—Sí, somos como dinamita. Pero logramos entendernos. Merlí…

—¿Sí?

—Los mejores momentos de mi vida han sido a tu lado.

—Los míos también. Yo… nunca había sentido esto, ¿sabes?

—¿Qué cosa?

—Amor…, nunca me había enamorado de un hombre.

—¿No tuviste tu primer amor?

—No. Solo recuerdo que me gustaba un chico del bar; era el contador, pero… sé que solo era atracción, un gusto.

—¿Cómo estás tan segura?

—Porque al conocerte supe lo que era estar perdidamente enamorada de alguien. Contigo supe lo que es… amar, Maximiliano.

—Yo supe lo mismo contigo, Merlí.

—¿Crees que tengamos futuro?

—Yo espero que sí. De verdad espero que sí —susurra al tomar mi mentón y observarme con atención—. Te amo, Merlí.

—Yo también te amo…, también te amo, Maximiliano.

—Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para reconquistarte, Merlí Fernand. Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para dispersar tus dudas.

—Yo también…, yo también te conquistaré.

—No necesitas hacer eso. Ya te lo he dicho antes, Merlí. Tú… tienes mi corazón…

—En mis manos —interrumpo; y él sonríe—. Tengo tu corazón en mis manos…

—Sí…, lo tienes…

—Tú también tienes el mío. No hay otro dueño…

—Entonces no hay duda...

—¿De qué?

—Tenemos un futuro. Solo falta cimentar la base para empezar a construirlo.

—¿A qué te refieres?

—Ya lo entenderás.

—Quisiera besarte…

—Muero por hacer lo mismo —responde; y yo muerdo mi labio inferior.

Luego, lentamente, me voy acercando a él cuando, sin esperarlo, somos interrumpidos por el sonido de unos golpes en mi puerta.

Voy hacia allá, abro y veo que es Sophia, la amable mujer que cuidaba a Maximiliano antes.

—¿Sucede algo, Sophia?

—No, nada, Merlí. Solo traía esto —me muestra lanas, hilos y agujas para tejer.

—¿Agujas e hilos?

—Ah, sí. Yo se los pedí —señala Maximiliano al acercarse a la puerta y darle un beso a la mujer de unos 50 años—. Muchas gracias, Sophia.

—Es un placer. Al menos, eso me da algo distinto que hacer por mis vacaciones.

—No entiendo qué está pasando —confieso; y Maximiliano sonríe de aquella forma que tanto me gustaba.

Él tenía una sonrisa tan cautivadora y m*****a mente sexi, que no me cansaría de ver. Aunque eso era no tan bueno cuando iba a recogerme a la panadería y se robaba la atención de toda mujer por aquellos atributos, así como por los otros que poseía.

—La señora Sophia va a enseñarme a tejer. Pero… yo…, señora Sophia, creí que habíamos quedado en media hora —precisa un poco apenado; y ella sonríe.

—No se preocupe, Maximiliano, yo puedo regresar.

—No me gustaría ser descortés con usted, pero mi hijo y yo íbamos a acompañar a…

—Entiendo, entiendo, no hay problema. Yo regreso en treinta minutos, no se preocupen.

—Gracias, señora Sophia.

—A usted, Maximiliano. Que tengas un buen día en la pastelería, Merlí.

—Gracias, señora Sophia —contesto; y la mujer se va.

Luego, volteo a ver a Maximiliano y él sonríe.

—¿Tejer?... ¿En serio?

—Sí…, me pareció una actividad interesante.

—Pues imagínate que uno de tus hombres o socio te viera. No creerían que el gran “Bayá” ahora se dedicara a tejer.

—Y espero que nunca lo hagan —responde divertido.

—¿No temes a que yo lo diga?

—Si eres tú…, no me importaría… —precisa; y yo solo sonrío como boba.

—Vamos, es hora de salir. No quiero llegar tarde.

—Vamos.

Los tres empezamos a caminar y cuando llegamos a la pastelería, nos despedimos. Yo entro, empiezo a trabajar en la preparación de unas deliciosas tartaletas cuando de pronto, entra un compañero a avisarme que tenía una llamada que atender, la cual era muy urgente.

Veo el reloj de la cocina y me doy cuenta de que ya eran las 7 de la noche y solo faltaban dos horas para salir.

—¿Qué sucede, Pablo?

—Merlí, tienes una llamada de tu esposo —informa; y yo sonrío.

Maximiliano solía llamarme cada vez que tenía alguna duda sobre cómo cuidar a nuestro hijo y, para ser sincera, escuchar su voz en algún momento de mi trabajo, era agradable y reconfortante. Me gustaba recibir llamadas suyas.

—Maximiliano…

—Merlí, debes venir al hospital del pueblo.

—Maximiliano, ¿qué sucede?

—Merlí, yo —se escuchaba muy nervioso.

—Maximiliano, ¿qué pasa? —pregunto angustiada al pensar en nuestro bebé—. Maximiliano, por favor, qué pasa.

—Maximiliano se puso mal. Los médicos lo están revisando. Merlí yo…, yo tuve la culpa.

—Maximiliano, tranquilízate. Salgo para allá. Estoy saliendo para allá —aviso apresurada y, con todo uniforme, salgo corriendo de la pastelería hacia el hospital.

Este era un pueblo muy pequeño, así que llegué muy rápido hasta la zona de emergencias.

Ahí, veo a Maximiliano pegado a una puerta en la cual solo entraban médicos y enfermeras. Corro hacia él desesperada y este, al verme, me abraza muy fuerte.

—Maximiliano, por favor, dime que nuestro hijo está bien. Por favor, dime que nuestro hijo está bien. DIME QUE ESTÁ BIEN.

—Los médicos dicen que está estable, pero que aún sigue delicado.

—¿Qué pasó? No entiendo. ¿Dónde está? Quiero verlo.

—Merlí, perdóname.

—Maximiliano, quiero ver a nuestro bebé. Quiero ver a mi pequeño Maximiliano, quiero ver a nuestro hijo —susurro angustiada al tiempo en que he empezado a llorar.

—Fue mi culpa.

—No entiendo. ¿Por qué dices eso?

—Yo… le di de comer algo que no debía…

—¿Qué?

—Fue mi culpa, Merlí. Yo no creí que le pudiese hacer daño, yo…

—¿Qué… qué le diste de comer? ¿Qué pasó? ¿Qué más te dijo el doctor? Maximiliano, necesito saber todo, Quiero ver a mi bebé. QUIERO VERLO.

—¿Padres del bebé Maximiliano Fisterra? —escuchamos de pronto; y los dos vamos hacia el médico.

—Somos nosotros, doctor —precisa él.

—Doctor, mi hijo. ¿Cómo está él? Por favor, dígame que está bien, Por favor, doctor.

—Tranquilícese, señora. Por fortuna, trajeron a su bebé a tiempo; de lo contrario, otro hubiese sido el escenario —menciona muy serio; y, en ese instante, veo a Maximiliano y puedo notar su expresión de culpa—. Deben tener mucho cuidado con lo que le dan de comer. Su hijo no tiene ni un año; la dieta es estricta; no deben salirse de ella. He atendido muchos casos de estos y su bebé contó con mucha suerte. Lo trajeron a tiempo y logramos salvarlo. Aun así, se quedará en observaciones por unos días más.

—Entiendo, entiendo, doctor —preciso más calmada; y él asiento muy serio—. ¿Podemos verlo?

—Por el momento no. Mañana por la mañana podrán hacerlo.

—Entiendo, entiendo… Gracias, doctor. Muchas gracias.

—Buena noche —responde formal; y se va.

Luego de ello, volteo a ver a Maximiliano y veo que él está llorando.

—Maximiliano, ¿qué sucede?

—Fue mi culpa, Merlí.

—Maximiliano.

—Mi hijo…, yo… puse su vida en riesgo. Fue mi culpa, Merlí.

—Maximiliano, no. Tú…

—FUE MI CULPA. YO NO RESPETÉ LA DIETA. FUE MI CULPA. MI HIJO CASI SE MUERE POR MI CULPA —señala al cerrar los ojos.

—Maximiliano, no. Por favor, mírame…

—Fue mi culpa, Merlí. Fue mi culpa —repite al empezar a alejarse.

—Maximiliano…

—Yo…

—Maximiliano, no…

—Necesito estar solo —señala profundamente triste; y se marcha a toda prisa.

Yo lo sigo detrás, lo llamo por su nombre, pero él no se detiene. Decido correr y logro alcanzarlo a la salida del pequeño nosocomio en el cual estaba nuestro hijo.

—Maximiliano…, detente por favor.

—Nuestro hijo casi…

—No lo digas, no lo digas…

—¿Cómo pude haber cometido ese error, Merlí? ¡SIEMPRE TE LLAMABA A LA MENOR DUDA! ¡¿POR QUÉ NO LO HICE AHORA?!

—Maximiliano, por favor, mírame. Maximiliano…

—No voy a poder perdonarme esto. Joder…

—Maximiliano, por favor, ya. SUFICIENTE —señalo tajante al tomar sus mejillas y hacer que me mirara—. Suficiente… —susurro al ver sus ojos llenos de lágrimas.

—Mi hijo está ahí por mi culpa…

—Maximiliano, no es así

—¡LO ES, MERLÍ! Sí, lo es.

—Maximiliano, mírame a los ojos por favor…

—Merlí…

—POR FAVOR, MAXIMILIANO —pido mucho más seria; y él lo hace—. Es… nuestra primera vez, como padres, Maximiliano. Nadie dijo que seríamos perfectos. Fue un error, sí; sin embargo, nuestro hijo estará bien.

—¿Sabes que ese error pudo habernos salido caro?

—Sí, lo sé. Pero también sé que tú, Maximiliano Fisterra, le salvaste la vida a nuestro hijo. Lo trajiste a tiempo, mi amor. Tú lo salvaste, Maximiliano. Te diste cuenta a tiempo y eso es lo importante. Nuestro bebé se pondrá bien y…, de ahora en adelante, te prometo que los dos lo cuidaremos juntos.

—Contigo no hubiese pasado esto. Soy un mal padre.

—Ya basta. No digas eso. TÚ NO ERES UN MAL PADRE. Todo lo contrario…, lo único que he visto en estos meses es… al mejor padre del mundo, Maximiliano.

—Merlí.

—Eres el mejor padre del mundo, Maximiliano. Eres el mejor padre porque siempre haces sonreír a nuestro hijo, siempre te levantas para ver que esté durmiendo bien, siempre estás atento a sus horarios, a jugar con él, a bañarlo…, a todo, Maximiliano. Tú eres… un súper papá. Eres el mejor padre que he podido conocer. Te amo, Maximiliano, y estoy segura que nuestro hijo también.

—Merlí…

—No llores más, por favor —musito al limpiar suavemente sus lágrimas.

—Tuve mucho miedo. Jamás había sentido algo así.

—Te entiendo. Yo te entiendo. Él se enfermó también cuando estaba solo conmigo.

—Perdóname, Merlí.

—No tengo nada que perdonarte, Bayá. Solo tengo mucho por agradecerte.

—Te amo…

—Y yo a ti…, ahora…, tranquilo por favor. No llores más…, no me gusta verte llorar —susurro muy suave; y después, simplemente, lo abrazo muy fuerte y así nos quedamos por mucho, mucho tiempo.

Evelyn Zap

¡Útimos capítulos! :')

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