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Capítulo 4. Condiciones.

Capítulo 4.

Condiciones.

Tras una noche larga, el día amaneció cálido; sin siquiera terminar de salir el sol, Valentina se levanta de la cama, hace su rutina diaria, toma una ducha y se prepara para salir al campo, cuando es notada por Ricardo, quien abre los ojos al escuchar sus movimientos.

—Espera… —Valentina, quien acaba de ponerse su sombrero, se detiene en seco ante su llamado. —¿A dónde crees que vas? —pregunta irritado Ricardo, mirando la hora con fastidio en el reloj de su mano.

—Buen día, joven, ahora me dirijo al campo; hoy revisaremos algunas vacas que están en producción de leche.

—Son las 5:20 a. m.

—Así es, patrón, voy tarde a mi recorrido, su abuelo espera mi reporte y el… —Ricardo la interrumpe.

—Mi abuelo no te espera a esta hora; no si se supone que nos acabamos de casar y estuviste conmigo toda la noche. Él no tiene que enterarse de que no estuvimos juntos íntimamente; tú no puedes volver ahora, menos sin mí.

Valentina se incomoda.

—Entonces lo espero, joven; le preparé el desayuno y le hice café; si gusta, puede desayunar.

—No, tú no entiendes, es muy temprano para salir, súbete a la cama y acuéstate; iremos a la hacienda a las 10 o al mediodía.

—¿Y mi recorrido?

—Lo hará alguien más; ya deja de darme problemas, tengo dolor de cabeza y este maldito sillón.

Ricardo se queja de haber dormido en el sillón.

—¿Le duele el cuello? ¿Quiere una pomada? Yo no creo poder dormirme de nuevo; si desea, descanse en la cama; yo lo espero en el salón. Partiremos cuando usted lo decida.

—Bien, como gustes.

Ricardo se tumba sobre la cama, sintiendo la comodidad y lo suave que es; no lo piensa demasiado para cerrar los ojos. Valentina no tiene más que salir de la habitación, dejándolo descansar; no es lo habitual para ella, se siente como un pez fuera del agua, lo que la impacienta. Se sienta unos minutos en el sofá de la sala y, al cabo de algunos minutos más, ella toma la iniciativa y se levanta para alimentar a los caballos y darles un paseo.

Aproximadamente, cuando son casi las 9 am, Ricardo se levanta, la busca y al no verla se irrita, él sale a la entrada para buscarla notando que ella está practicando equitación, sus movimientos son tan naturales, como domina a su caballo, sus saltos son realmente extraordinarios, cuando cae su larga melena se mueve, es hermosa, demasiado bella, lo hace pasar saliva, pese a su simple vestir, camina blanca de mangas cortas, por dentro de sus pantalones vaqueros color azul y botas marrones como su correa y sombrero, sin enseñar demasiado, la ropa moldes su figura, haciéndola atractiva al simple mirar, incluso un ciego se daría cuenta de lo bella que es, sus ojos color verdes se posan en él, deteniendo sus hazañas, se mueve hacia él, con pasos decididos.

—¿Descanso, joven? —pregunta mientras amarra su potro a la valla.

—Se podría decir.

—Le calentaré el desayuno; no sé qué le gusta desayunar. Hice huevos revueltos con tortilla, un poco de guacamole; escuché que a los americanos les gusta mucho el jugo de naranja, le preparé uno fresco con frutos del campo y café con leche de vaca; espero le guste.

—Cuéntame, ¿qué es lo que te dijo mi abuelo sobre nuestro contrato? —pregunta él, sentándose en la mesa mientras ella le sirve el desayuno.

—Solo me pidió que fuera su esposa, me dijo que yo le tenía que enseñar las labores del campo, me pidió que intentara llevarme bien con usted; me dijo que usted era un imbécil engreído y que yo tenía que ayudarlo a poner en cintura.

—¿Me tomas el pelo?

—Para nada. —Ella le acomoda el plato con el desayuno en la mesa—. Su abuelo quiere que yo sea su mujer… —Le dice de frente y sin titubear, sentándose frente a él para mirarlo a los ojos—. Cree que yo puedo hacer que usted cambie, me lo confía a mí para que juntos saquemos la hacienda adelante; me dijo que quiere un heredero mío y suyo, que ponga en alto el apellido Montenegro, por eso pidió la boda, porque no quiere que el bebé nazca fuera de las leyes de Dios, sus creencias, sus costumbres; lo hizo para protegerme, y aunque yo estuve dispuesta a todo esto, ahora dudo.

—¿Por qué lo dudas?

—No creo que usted sea un hombre manipulable; si bien hace todo esto por dinero, no tengo intenciones de ser su niñera personal. Nos dieron tres años para conocernos, convivir y todo eso, pero yo no quiero tener un bebé aún, tengo planes, y me gustaría llevarlos a cabo. Si usted lo desea, podemos intentarlo en el último año.

—¿Intereses particulares? —pregunta Ricardo, analizando a la que ahora es su esposa.

—Los tengo; quiero participar en la competencia de equitación en unos meses, es lo que más deseo.

—En ese caso, estoy de acuerdo contigo, aún no es tiempo de tener un hijo, eso es algo que no se toma a la ligera; supongo que sabes que si en tres años todo termina, me iré. ¿Estás dispuesta a criar a un hijo sola?

Ella lo mira firme.

—Si usted no lo desea, no voy a obligarlo a participar en esto. Creo que con un heredero saldo la deuda que tengo con su abuelo; acepte esto y tenerlo sola no me asusta, no se preocupe, le aseguro que un bebé no es motivo para retenerlo.

—Bien, entonces hagamos esto, voy a bañarme. Gracias por el desayuno.

Valentina lo ve levantarse y ella lo sigue con la mirada. Sin duda es un hombre sin corazón; simplemente tener un hijo y dejarlo es de hombres sin piedad; no es así como ella quería que todo esto pasara, pero ya se ha comprometido. De su esposo no espera nada y tampoco desea entregarle su corazón a alguien así; no vale la pena.

Al estar listo, Ricardo sale con la ropa que le empacaron: una camisa casual color negro, pantalón ajustado y botas del mismo color, combinado con su correa y un sombrero distintivo.

—Se ve bien, joven, ¿qué quiere hacer? ¿A dónde desea ir?

—Vamos al rancho; mi familia seguramente volverá a América, me despediré de ellos.

—Como ordene.

Valentina le enseña el camino de vuelta a la hacienda; no demoran más que 15 minutos corriendo por el campo, ella siempre mirando atrás para verlo seguirla.

—Esos son los champús de cultivo… —señala ella dejando ver un extenso paraíso de cultivos de todos los tiempos.

Ricardo observa el paisaje; todo ha cambiado, es tan diferente de lo que recuerda, y los campos, sin duda su abuelo se ha expandido, creando un paraíso solo para él dentro de campos asegurados con malla eléctrica y cámaras de vigilancia.

Al llegar a la hacienda, los reciben con alegría, notando los trabajadores que rápidamente los ayudan a desmontar el caballo.

—Han vuelto los recién casados. —Anuncia Pablo recibiendo a Valentina.

—Buen día, abuelo, ¿cómo amaneciste hoy?

—Muy bien, mi niña, ¿Y tú? ¿Cómo te ha tratado tu esposo?

—Bien, abuelo, sin ningún problema.

—Qué bueno, mira que si te trata mal o te ofende de algún modo puedes decírmelo.

—Lo haré sin dudar, abuelo.

—Qué bueno para lo que me toca, gracias por tus palabras, abuelo.— Expulsa enojado Ricardo.

—Ya te lo dije, cuida a mi niña Valentina; si ella está contenta, yo lo estoy.

—No cabe duda de tu favoritismo, abuelo; iré a ver a mi madre.

—No están; les pedí que se fueran por la mañana, partieron hace dos horas.

—¿Se fueron sin despedirse? —pregunta, frunciendo el ceño, Ricardo.

—Tenían asuntos que atender; supongo que es lo mejor.

Valentina ve la evidente frustración en la mirada de Ricardo, y decide retirarse.

—Abuelo, quisiera ir a hacer mi ronda, ¿puedo retirarme?

—Si puedes, ve con cuidado y regresa para la hora del almuerzo.

—Lo haré, abuelo. —Valentina le da un beso en la mano y se intenta retirar, siendo detenida por Pablo antes de marcharse.

—Valentina, querida, ¿qué son esos modales? ¿Te vas sin despedirte de tu esposo? —Valentina se pone tensa, mirando a Ricardo un poco incómoda. —No tengas vergüenza, querida, ahora él es tu esposo; después de haber pasado la noche juntos, no tienes que sentir vergüenza, adelante, mi niña.

Valentina vuelve a pasar saliva, devolviéndose al encuentro con Ricardo, quien la observa en silencio. Sus miradas se unen por un instante; la tensión entre los dos crece mientras sus labios se unen en un corto beso.

—Ten buen día —le dice, acomodándole el cuello de la camisa.

—Tú también.

Ella se aleja.

—Permiso, abuelo. —Valentina sube a su caballo saliendo de la propiedad.

—Tienes mucha suerte, no tienes idea de los hombres que han venido a pedirme su mano. Vamos, sígueme al estudio; trabajaremos unos días desde aquí antes de enviarte al campo, tienes mucho que aprender.

Ricardo suspira de manera pesada, antes de seguirlo al estudio.

Mientras Valentina está en el campo, Ricardo batalla por arreglar libros de cuentas y empaparse de la administración de la hacienda.

—Haré una inversión este mes en ganado; necesito que tú lleves esa cuenta. Voy a sacrificar dos vacas para la venta este mes; con eso compensaremos las pérdidas —dice Pablo mientras que Ricardo revisa con detalle la situación.

—Si no haces esa inversión, es mejor. ¿Qué está pasando con la fábrica productora de trigo? Somos los principales proveedores de México, ¿por qué las ganancias han disminuido?

—El ganado vacuno se ha convertido en la prioridad, muchos queriendo obtener más ganancia, a diferencia de nosotros que nos tomamos el tiempo para cada producción, en los campos desde tu casa hasta aquí… —Ricardo lo interrumpe.

—¿Mi casa? ¿Qué casa?

—La cabaña en la que estás ahora será tu hogar con Valentina por unos meses. Haré unas reparaciones y luego podrán venirse a vivir aquí. Por lo pronto, Valentina tiene que estar allá; las termitas y polillas de madera le causan muchas alegrías. Después de las reparaciones, asignaré la habitación principal para los dos; quizás en este tiempo solos tengan más privacidad y puedan darme más de un nieto.

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