Capítulo 4 - Mi héroe asesino

Al segundo día de convivencia, esperé con ansias a que se fuera Nicolás para comenzar a prepararme para mi primer día de trabajo.

Me até el cabello en una coleta alta, me puse mi camisa blanca manga corta con el logo del bar y me coloqué la falda tubo color negro que me habían entregado, no solía usar pollera, pero mi desesperación por conseguir dinero era más fuerte que mi orgullo, me puse unas zapatillas cómodas y agradecí no tener que usar tacos, ya que al primer paso caería con la cara contra el suelo.

La tarde en el bar pasó con tranquilidad, atendí muchas mesas y por suerte conseguí una propina jugosa, estaba saliendo todo de maravilla, no era mucho dinero, pero se restaba al monto total.

Hubiese deseado no haber dicho antes de tiempo que la noche había salido exitosa, porque cuando cayó el sol y se asomó la luna, con ella apareció un grupo de hombres vestidos con trajes de sastre que se sentaron en una mesa al fondo del local. Al verlos me dije a mi misma que eran billeteras andantes y que seguramente me darían una muy buena propina, me adelanté a mis compañeras y me acerqué a la mesa con la sonrisa más radiante que pude conseguir dibujar.

-Buenas noches caballeros, ¿Qué van a pedir esta noche? - Pregunté con cortesía

-¿A vos se puede, linda?- dijo uno de ellos, haciendo que los demás se rieran en complicidad

-Esta noche no va a poder ser- respondí y traté de que mi sonrisa no se borrase por el disgusto.

-Qué pena- dijo otro en un tono infantil que me causó rechazo- serán 6 cervezas entonces

-A la orden- respondí y me di media vuelta, pero al momento en que les di la espalda, uno de ellos me nalgueó descaradamente. Largué un grito ahogado y continué mi camino con el rostro rojo de la impotencia de no poder pegarle un buen golpe en su rostro de niño rico.

Durante toda la noche las cervezas pasaron y pasaron, soporté coqueteos grotescos por parte de mis clientes, pero me contuve de insultarnos, no tenía que olvidar porqué estaba tolerando esos abusos.

Para mi alivio mi turno se terminó y con euforia conté en el baño lo que había conseguido recaudar en solo una noche. ¡Mil dólares! Exclamé con alegría. A este paso podría saldar el pago sin ayuda de nadie antes de que llegase la fecha límite.

Sintiéndome empoderada por mi logro sin la ayuda de nadie, salí a la calle y caminé las cuadras que tenía hasta llegar a la parada de autobús, no podía tomarme un taxi,  debía gastar lo menos posible.

Mientras avanzaba a paso rápido por una calle desolada, con miedo a que me robaran lo que había conseguido con mi esfuerzo, escuché pasos múltiples y murmullos detrás de mí. No me atreví a voltearme, aceleré mi caminar mirando la esquina que estaba mejor iluminada y con mayor circulación de gente, me concentré en llegar a la zona segura sosteniendo con fuerza mi bolso.

-¡Ey, mesera!- escuché que me gritaron, pero no detuve mi ritmo

-Somos los de la mesa 10, ¿No nos vas a saludar?- dijo otra voz masculina

Oh dios mío, pensé. No esos depravados, por favor. Supliqué

-Te dimos una buena propina linda, ¿Por qué no nos das algo a cambio?- Bromeó otro de ellos. La voces se sentían cada vez más cerca.

-¡Déjenme en paz!- Grité con la voz temblorosa sin voltearme.

-No seas aburrida- se quejó otro perdiendo la paciencia

Pude sentir como la voz casi rozaba mi nuca, sin pensarlo dos veces comencé a correr.

-¡Estoy cansada!- intenté hacerles entender por ese lado.

Pero antes de poder llegar a mí salvación sentí como una mano firme me apretó con fuerza del brazo y me tironeó hacia la oscuridad nuevamente-

-¡Suéltame!- Grité con desesperación. Le di un buen cachetazo que sonó en toda la calle.

El maleante se quedó adolorido con su mano en la mejilla, mientras sus secuaces se burlaban de él

-Sí que sos dura niña- me felicitó otro. Intenté correr lejos de ellos, pero de un segundo al otro ya me estaban rodeando como una pared de cemento.

-Déjenme en paz, hijos de puta- escupí y me tragué el miedo.

-Tranquila, si cooperas hasta lo vas a disfrutar.

Y luego de eso todo pasó muy rápido.

Dos de ellos me tomaron uno de cada brazo, arrastrándome al callejón maloliente de la cuadra, intenté patalear sin éxito.

-¡Ayuda!- Grité y otro de ellos desde mi espalda me tapó la boca y me susurró al oído, causándome nauseas.

-¿Te crees mejor que nosotros eh?- me dijo con bronca. Estos tipos eran peligrosos- Vamos a tener que castigarte

Sentí el verdadero terror y solo pude cerrar los ojos y esperar a que todo pase rápido, me concentré en la imagen de mi hermoso hijo, que me traía paz.

Escuché en mi oscuridad la hebilla de un pantalón desabrochándose y como una mano asquerosa intentaba deslizarse por debajo de mi falda.

Pero en el momento en que me resigné a que hicieran lo que sea conmigo siempre y cuando no me quitaran el dinero de mi hijo, el fuerte agarre de mis brazos se aflojo y la mano escurridiza debajo de mi pollera se alejó de un movimiento rápido. Caí al suelo al no ser sostenida, y por un momento me resguarde a mí misma abrazándome con fuerza, hasta que escuché una voz familiar.

-Nunca más van a tocar a mi esposa-

Nicolás, me dije y levanté la mirada cubierta en lágrimas para encontrarme con el joven con quien me casé, dando un espectáculo de su brutalidad contra los seis hombres. Uno por uno fueron noqueados, casi no tenían oportunidad ante la violencia que ejercía mi marido. Estaba ido, sus ojos celestes ahora estaban rojos de la ira, la expresión de su rostro era la de un depredador en busca de sangre.

Golpe tras golpe los fue dejando en el suelo, sin detenerse. El callejón se había vuelto una escena del crimen, una masacre y charco grande color carmesí se fue ensanchando hasta casi llegar a donde estaba, intenté levantarme sin éxito, mis piernas no me responden.

Parece que Nicolás se acordó de mi presencia cuando me moví, porque volteó hacia mí con el rostro salpicado de rojo y la mirada asesina.

Y me asusté, no esperaba que esa mirada fría e inhumana digna de un demonio, se clavara en mí.

Comenzó a acercarse e instintivamente me arrastré ignorando el entumecimiento de mis piernas  tratando de alejarme de ese monstruo, que pareció percatarse del terror dibujado en mi rostro y se mantuvo quieto en su lugar.

-Espérame en el auto- ordenó y no quise contradecirlo, así que me levanté a duras penas y tambaleándome me alejé de ese hombre con el que tengo que vivir bajo el mismo techo.

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