★ Aria.
Me levanté por los ladridos de mi perro Tobirama, que comenzaba a rasguñar la puerta como si quisiera salir de casa. Nunca lo había visto tan desesperado.
—Tobi, cariño, ¿qué te pasa? —pronuncié acercándome a él, pero no paraba de ladrar y chillar a la puerta.
Tomé el pomo de la puerta y la giré. Entonces mi amado cachorrito salió corriendo en sus cuatro patas.
—¡Tobi! —grité a gran voz. —¡Tobi!
Salí corriendo mientras una pantufla se me caía al momento de salir. Demonios, estaba descalza y Tobi no paraba de correr.
—¡Tobi!
Corría como loca detrás de él. Tobi corría entre las calles hasta que terminó en un callejón oscuro y mi corazón se aceleró. No quería entrar en ese callejón; tenía miedo, estaba muy oscuro, pero tenía que rescatar a ese perro mal agradecido.
—Cariño —mencioné y entré en el callejón.
Mientras me adentraba, mi vista se posó en la figura de un hombre que cargaba a mi traidor canino en sus brazos. Era extraño; Tobi ya no se iba con extraños.
—Disculpe