Elizabeth. -
Después de mi bochornoso espectáculo de hace un rato logré convencer a Bastián que compartiera su comida, apenas un aro de cebolla tocó mis labios. Juro que vi la gloria y el alma volviendo a mi ¡Que delicia! Aunque la vergüenza por lo de hace rato no desaparecía del todo ¿Cómo se me ocurrió decir eso? El silencio era nuestro más fiel compañero, necesitaba romperlo aunque esperaba no volver a decir otra estupidez.
— Mañana iré temprano al centro, estaré allí todo el día ¿No te molesta?
— No, es tu trabajo–dice sin mirarme a los ojos y siento un poco de pena al pensar que no le importa lo que haga con mi vida–, pero recuerda que debes darte tiempo para descansar, el agotamiento físico también enferma – Retiro lo dicho ¿Puedo decir que el corazón se me derritió? Sí, está derretido.
— ¿No te gustaría acompañarme? –Y aquí voy con otra de mis estupideces, veo como lo dejo sorprendido antes de meterse una papa frita en la boca. –No sé digo, ver el lugar al que has donado tan