Resiliencia a la muerte.
No suelo detenerme a pensar en cómo los meses se deslizan entre mis dedos, como arena fina que se escapa sin que nadie pueda retenerla, pero en esta etapa de mi vida, cada día se ha impregnado de un significado que trasciende la mera sucesión del tiempo. Recuerdo el instante en el que me enteré de la noticia que, entre la confusión y el asombro, cambiaría mi destino; estaba esperando un hijo... o mejor dicho, dos.
Los primeros días se llenaron de emociones contradictorias. Por un lado, la euforia de saber que una parte de mí crecía y latía con fuerza en mi interior; por otro, una sombra de temor y culpa, pues en medio de este torbellino vital, la boda de Wen (la querida hermana menor del CEO) se había tenido que posponer.
Ese día, mientras las campanas de la felicidad parecían resonar en otros lares, mi corazón se sentía aplastado por un peso inesperado. ¿Cómo podía ser que en el instante en el que mi vida pendía de un hilo, el mundo celebrara sin pausa la felicidad de alguien más?