N/O
Juan Pablo está muy preocupado debido a que Maia no le responde el celular, por ello decidió buscarla en su casa. Caminó unas cuantas cuadras alrededor del parque y preguntó a algunos vecinos. Ellos reconocieron el apellido Montero y le indicaron dónde se encontraba la mansión. Desde que la conoció, y Maia intentó acabar con su vida, pensó en hablar con su tía, pero no se había dado la oportunidad. Tocó el timbre de la enorme mansión más de tres veces hasta que un sirviente le abrió la puerta. —Buenos días, necesito hablar con Maia —le dice a la sirvienta, pero ella no responde nada. No es por ser grosera, pero no logra quitar la mirada del bello hombre a su lado. Su cabello oscuro, el tono de su piel cremosa y sus ojos color cielo son hermosos. Ella no comprende qué hace un hombre tan hermoso buscando a la gorda de Maia. Nuria se ha encargado de pedirles a los sirvientes que la traten mal, por eso son muy groseras con ella, no la toleran y la consideran una gorda inservible. —¿Quién es? —pregunta Norma mientras baja las escaleras. Ella no comprende la expresión de su criada hasta que ve a Juan Pablo. No solo tiene un bello rostro, también su cuerpo es hermoso; se pueden ver sus fuertes brazos a través de su camiseta. Norma no suele impresionarse por los muchachos, ya que hombres muy lindos la pretenden, pero debe reconocer que ninguno es tan guapo como el que tiene enfrente. —Tú debes ser Norma. Quiero hablar con Maia. —¿Maia? —pregunta, confusa—. Está en su habitación, pero pasa. ¿Cómo te llamas? —Juan Pablo Smetana. En realidad, Juan Pablo se apellida Santibañes, pero no desea llevar nada de su padre, por eso utiliza el apellido de su madre, Smetana. Además, gracias a ese apellido siempre lo han tratado diferente cuando vivía en España, pero ahora desea tener otra vida. Tal vez, en otro momento de su vida, nunca se hubiera acercado a Maia, pero desea cambiar y ser mejor persona. —No sabía que mi prima tenía amigos. Ella es muy solitaria —le dice Norma mientras toma asiento en el sofá. —Yo sé perfectamente cómo es Maia. Pareciera que la conozco de años. Norma ríe. —La quiero, pero ya le he dicho que debe salir y divertirse. Tal vez podríamos convencerla juntos, Juan Pi. ¿Te puedo decir así? —Claro, Norma —él asiente. Maia no tardó en bajar las escaleras con un pote de helado en las manos, el cual está devorando. Al ver a Juan Pablo, sus ojos se abren como platos; ella nunca le dio su dirección. Él no puede evitar reír al ver que su nariz está manchada con chocolate. —¿Qué haces acá, Juan Pablo? —pregunta mientras limpia su rostro con una servilleta. —Los dejaré solos. Un gusto, Juan Pablo —Norma deja un beso en su mejilla antes de alejarse. —Mai, no quiero que te alejes de mí por una tontería. Quiero seguir viéndote —le dice directo. —No tenemos nada que ver. —Tienes razón. Sé que no tengo tanto dinero como tú. Ella ríe fuerte. —Eso no me importa. Me refiero a que tú eres súper guapo, incluso podrías ser modelo o actor, y yo... soy yo. No quiero confundirme. —Seré muy claro contigo, Maia: no me interesa una relación ni contigo ni con nadie. Yo no creo en las relaciones. Cuando él formuló esas palabras, ella no pudo evitar sentir curiosidad. Es muy joven para pensar de esa forma. —Lo único que quiero es que seamos amigos y ofrecerte mi apoyo. —¿Por qué? ¿Por lástima? —Porque me recuerdas a alguien que quise mucho —responde con tristeza. —Está bien —ella se acerca a él y lo abraza, percibiendo la tristeza en su mirada. —Maia, soy tu amigo, y no seré esa clase de amigo que te dice que estás haciendo las cosas bien cuando te estás destruyendo. Necesitas ayuda. Ella niega con la cabeza y contiene las lágrimas. —Yo estoy bien, soy así y ya me resigné a que nunca nadie me mirará. —No hablo solo del físico, sino de tu salud —él lleva sus manos a sus mejillas, deteniendo sus lágrimas—. Quiero que estés sana. Puedo ayudarte, pero necesito que tú me ayudes. Solo piénsalo. Ella estaba a punto de responder cuando se percató de que alguien bajaba las escaleras. Se trata de Braulio. —¿Quién es este tipo y por qué lo dejas entrar a mi casa? —le grita, molesto. —Él es mi amigo, y esta también es mi casa —responde ella, molesta. Braulio no deja de reír. —Por supuesto. La viste fea, gorda y desesperada por sexo, y por eso te pareció fácil, muerto de hambre. Juan Pablo no logró controlarse y le dio un puñetazo, rompiéndole la nariz, lo cual sorprendió a Maia. —No sé quién seas, pero a Maia no la ofendes en mi presencia. —¡Estúpido! —Debí interponerme cuando Braulio se levantó e intentó golpear a Juan Pablo. Ella es consciente de que su amigo es más grande y fuerte que su hermano. Podría quebrarlo si así lo deseara. —Juan Pi, por favor. Luego hablamos. —Está bien —es todo lo que dice antes de alejarse. —¡No quiero a ese tipo en mi casa, Maia! ¡La próxima vez le romperé la cara! Maia ríe fuerte. —Por supuesto, podrías matarlo al pobre. Braulio estaba a punto de responder cuando comenzó a vibrar su celular. Respondió la llamada. —Buenos días, entrenador. ¿Cómo está? Maia procuró quedarse cerca para escuchar la conversación sin llamar la atención. —No, eso no puede ser. Yo le juro que... —Ella debe contener la risa mientras lo escucha—. No sé quién le mintió, pero... Braulio no logró contener la risa cuando el entrenador... (se interrumpe) Maia se encargó de hablar personalmente con el entrenador y le aseguró que su hermano le había colocado las drogas en el casillero a Juan Miguel. Él no le creyó de inmediato, pero entró en duda, revisó las cámaras de seguridad de la facultad y terminó por ver el vídeo. --- Juan Pablo ya no soportaba el mal carácter de su primo, pero hoy, extrañamente, se lo veía muy feliz. Creció con Juan Miguel prácticamente, pero luego este se fue a vivir con sus padres a España. Hace menos de un año se reencontraron y retomaron su amistad. Su primo no ha tenido una vida fácil, por eso tiene un carácter complicado. —¡Qué bueno que no desarmé mis maletas! —exclama Juan Miguel. —Estoy muy orgulloso de ti, primo. Si necesitas dinero para el pasaje o lo que sea, puedes contar conmigo. Él niega con la cabeza. —Nunca necesité nada de nadie. Juan Pablo rueda los ojos porque no puede creer que su primo siga odiando a las personas adineradas, pero no puede culparlo por su pasado. —¡Somos familia, Juan Miguel! ¡No tengo hermanos y tú eres como uno! Él solamente asiente. Juan Miguel le tiene algo de aprecio a Juan Pablo, pero no deja de verlo como un niño rico que no sabe nada de la vida. A pesar de que él es menor, lo ve como ingenuo. —Quiero pedirte que supervises el gimnasio cuando no esté. Juan Pablo asiente. —Por supuesto, yo me encargaré de tu negocio. Y la abuela, no te preocupes. De hecho, he estado pensando en llevar a Maia. Juan Miguel ríe fuerte. —Esa gorda rompería mis aparatos y dudo que pueda bajar un solo kilo. A Juan Pablo le sorprende la actitud de su primo hacia Maia, porque en el gimnasio trabaja con personas con sobrepeso y suele ser amable y ayudarlas en su régimen. —No hables así de ella. —Te aconsejo no meterte con esa vaquita. Su hermano es insufrible como todos los ricos. Ya me vengaré de lo que me hizo ese imbécil. —Ya te regresaron la beca y se la quitaron a él. —Sí, porque el entrenador me conoce. Pero si fuera por el estúpido de Braulio, me quedaba fuera de la facultad. Esos dos hermanitos son tal para cual: niños de papis acostumbrados a tener lo que quieren. Les daré una lección que no olvidarán antes de irme. —No me importa lo que hagas contra Braulio, ¡pero con Maia no! —le advierte Juan Pablo, y Juan Miguel rueda los ojos. Por supuesto, él también se vengará de esa bola de grasa, que debe ser tan insufrible como su hermanito. Con solo verla, siente que la rabia lo invade; no comprende por qué le produce tanto repudio. Antes de marcharse, se encargará de vengarse de ellos dos y darles una lección que nunca olvidarán. Tomó el celular y marcó el número de la casa. En menos de cinco minutos respondió esa voz chillona que odia. —¿Juan Pablo, eres tú? —pregunta, encendiendo la rabia del hombre. —Soy yo, vaquita fea. —¿Qué es lo que quieres? —No tienes idea de cómo me reí cuando me contaron que intentaste besar a mi primo. Mis familiares no tienen tan mal gusto, gordita. —¿Qué quieres? ¿Llamaste solo para burlarte? —Quiero hablar con el imbécil de tu hermano. —Él no está, y mejor no te busques problemas. Él no puede evitar reír. Es increíble que esa niña, con su carita de mosquita muerta, finja que es buena. Debe ser igual que su hermano, y seguramente ella planeó junto con su novio y Braulio el asunto de la droga para vengarse por lo del perro pulgoso. Ya verá la forma de desquitarse de ella. —Tú no me dices qué hacer. —No te soporto y no vuelvas a llamar, imbécil —es todo lo que dice antes de cortar la llamada. —¿Me dijo imbécil? —exclama, aún más molesto. Salió de sus pensamientos cuando Anabel entró a su habitación con su usual pequeño pijama. La mujer es rubia, de ojos verdes, con un cuerpo perfecto que él conoce a la perfección. —Quiero darte la despedida que te mereces —le dice mientras se despoja del pijama, quedando desnuda. Él no dudó ni un momento y se acercó a ella. No hay nada que le guste más que la perfección del cuerpo de esa sexy mujer. Es todo lo contrario a aquella gorda.