Cuando regresó a la casa, específicamente a su habitación, pensó en checar algunos e-mail pendientes en su viejo y destartalado portátil, el que estaba justo donde lo había dejado, pero junto a este había un Mac. Un reluciente y precioso Mac, nuevo y con un gran lazo rojo pegado encima.
—Oh, Dios mío.— Susurró, acariciándolo con los dedos.
— ¿Te gusta?
Escuchó que él preguntaba.
Se giró y vio a Hiro a un metro de ella, sopesando la expresión de su rostro, intentando adivinar lo que estaba pasando por su cabeza.—¿ Por qué...?
—¿Te gusta?— insistió él.
Aiko resopló, se volvió a dar la vuelta para admirar aquella belleza que dominaba su escritorio, y volvió a girarse hacia él. —¿Es una broma?
—Para nada.
— Hiro… es… no puedo aceptarlo—le dijo con una suspiro, pero suplicándole con la mirada.
—Claro que puedes aceptarlo. Es un regalo, uno que necesitas y que puedo hacerte.
Ella abrió la boca para hablar y la volvió a cerrar. —No es justo— lo amonestó, y se recogió el cabello detr