Analisse
Había terminado de revisar cada detalle para el nacimiento de mi bebé. Las ropitas, las mantitas, los pañales, las colchas, todo estaba cuidadosamente doblado, listo y esperando el gran momento. Suspiré aliviada mientras dejaba las maletas a un lado, sintiendo cómo el peso de la anticipación iba transformándose en emoción.
Mamá entró en mi habitación radiante, con ese brillo especial que tiene desde que supo que ya no sere madre en alquiler. Traía consigo unas ropas diminutas de recién nacido y un hermoso moisés que había visto en línea.
—Está bellísimo —dijo emocionada—. Lo pedí para mi nieto.
Sonreí enternecida.
—De verdad, madre. Entonces será su mejor regalo —le respondí. Ella me abrazó con fuerza, y mientras acariciaba mi vientre, sentí cómo mi pequeño se movía con energía al reconocer el calor de las manos de su abuela.
Por la noche, cuando Leonard llegó a casa, nos sentamos a conversar sobre lo ocurrido con esa mujer. El tema seguía siendo delicado, pero necesario de a