Varios días después de su boda, el aire fresco de la mañana envolvía a Evan y Emma mientras caminaban hacia el hospital. Evan llevaba el portabebés colgado al hombro, aunque Emma insistía en cargar a Eva en sus brazos. A pesar de la tranquilidad aparente del día, él no podía deshacerse de una sensación de inquietud. Había demasiados asuntos sin resolver, demasiadas palabras sin decir, y lo que más temía era que ese peso terminara afectando a Emma y su pequeña.
—Eva está cada vez más tranquila... casi nunca llora, ¿te has dado cuenta? —comentó Emma con una sonrisa mientras miraba a la bebé dormidita en sus brazos.
—Es como su madre, fuerte y serena —respondió Evan, intentando apartar los pensamientos oscuros que lo invadían.
Llegaron al hospital unos minutos después. El luga