MI SUEÑO CON EL MAGNATE
MI SUEÑO CON EL MAGNATE
Por: Maria Pulido
Prólogo

—Ali… Ali… m*****a sea, es él… es él…

—¿Qué? —Alison se giró de golpe entre despistada y asustada por el llamado de su amiga y compañera de trabajo Emma, sin saber que Cristopher Koch estaba llegando al ascenso especial, que solo él y su familia usaban cuando venía a la empresa.

Todo estuvo mal en esta mañana para Ali; desde que se levantó tarde, hasta cuando trajo los cafés equivocados para sus jefes, los hombres que más odiaba porque eran unos malditos abusadores con los trabajadores de limpieza.

Por supuesto, solo dio una sonrisa cuando dijeron que el late de vainilla no era para machos como ellos, y que se apresurara por unos cafés sin azúcar, y bien cargados, haciéndola ir cinco cuadras de ida y otras de venida, en menos de diez minutos. Porque si esto no sucedía, le recargarían de más trabajo y, por lo tanto, ella saldría mucho más tarde de su carga horaria.

No tenía que estar en este momento frente al ascensor privado del magnate con el que fantaseaba todas las noches, pero había sido un atajo que tomó, ya que únicamente le quedaba un minuto para llegar a las oficinas correspondientes de Tomás Clarson, y Anderson Fíelo, los encargados de la planta baja y la limpieza de todo el edificio.

Justo cuando se giró con el pedido en sus manos, el grito de su amiga, más un sonido ronco y seco, le hizo saber que se había estrellado rudamente con alguien bastante grande como para que se cayera de bruces, y esparciera todos los cafés por todas partes.

Emma llevó las manos juntas a su boca, temiendo por una reacción devastadora para su amiga, mientras que Alison trató de levantarse lo más pronto posible. Sin embargo, cuando colocó las palmas en el suelo para impulsarse, vio que una mano grande vino a posicionarse frente a su rostro.

Levantó la vista mientras pasó un trago angustiado, y no pudo hacer otra cosa que ver su sueño tan cerca como nunca.

Allí de frente a ella estaba Cristopher Koch, uno de los hombres más influyentes de New York, magnate de las industrias petroleras que tenían miles de venas extendidas en el comercio mundial y que solo se le podía ver muy pocas veces a la semana.

Su fantasía con este hombre no se debía a las riquezas, sino en esa bella mirada, que se posaba en un rostro y parecía carecer de una expresión. El hombre la había hechizado desde el primer momento en que lo vio, había algo que la había movido como a una hoja, y desde ese día, únicamente creaba escenas ficticias, donde ella solía ser la protagonista.

—Ali… —ella escuchó como Emma apretó angustiada y hasta ese momento sus ojos parpadearon, para entender que sí.

La mano que estaba extendida para ella, era la del mismísimo Cristopher Koch.

Su “Cris” en la fantasía.

Pasando la saliva rápidamente, aceptó su mano mientras el hombre la ayudaba a ponerse de pie. De inmediato vio como toda su ropa de trabajo estaba manchada, mientras sus mejillas se tiñeron de un rojo vergüenza.

—Realmente lo siento mucho… —dijo entre asustada y conmocionada mientras sus manos le temblaron mucho—. Yo… no lo vi… ¿Cómo iba a saber que estaba a mis espaldas? Pero por supuesto, merezco ser despedida… yo…

Cristopher apretó sus dientes dentro de su boca cerrada tratando de amortiguar una sonrisa, pero el ver el pecho rojo y mojado de aquella chica que de hecho era muy bonita, le hizo quitar la gracia de su sentido.

Ella se veía realmente avergonzada, además de tener arruinada su ropa de trabajo.

—No se preocupe… es usted quien se ha quedado con la peor parte… —respondió tratando de ayudarla.

El corazón de Ali latió a un ritmo desenfrenado cuando escuchó su voz por primera vez, y alzó el rostro para quedarse prendida nuevamente de ese rostro tan cautivador.

Cristopher achicó los ojos cuando se vio envuelto en su mirada fija y por un momento se sintió sofocado. Ella no era bonita, esa mujer era realmente hermosa. ¿Por qué no la había visto antes por aquí?

—Ali… —Emma interrumpió el momento, y en segundos, el magnate apretó su maletín.

Apretó el botón de su ascensor privado, y las puertas se abrieron de inmediato, y antes de que se adentrara en el lugar, volvió a observarla mientras esa mujer llamada “Ali” por su compañera, comenzaba a recoger las cosas derramadas.

—¿En dónde trabaja? —preguntó con curiosidad. No sabía a qué área pertenecía el traje de aquella chica, la verdad, él nunca reparaba en esas cosas.

Alison titubeó un poco mirando a Emma con asombro y luego llevó la mirada al hombre que esperaba una respuesta.

—Yo…

—¡Oh, Dios! ¿Qué es todo esto? —una voz femenina se hizo presente en el espacio mientras Alison retrocedió varios pasos para ver que la prometida del magnate, Jane Ambani, se escandalizaba por el reguero en el piso.

La mujer hizo que hacía maniobras para pasar, y luego se dio cuenta de la presencia de Cristopher en el ascensor aun sin colocarlo a funcionar.

Para ambas chicas de limpieza fue una situación tensa evidenciar que Jane, una mujer que todos conocían por ser la pareja oficial del magnate, enmudeciera, y se pusiera al lado del hombre dándole un susurro de buenos días a su prometido, como si fuese su amo y señor.

—Buenos días, Jane… —contestó Cristopher, y luego hundió el botón elegido, haciendo que las puertas se cerraran en las narices de Alison.

La mirada del magnate no se quitó de ella, ni siquiera cuando esas puertas se cerraron, porque, aunque ella solo las veía cerradas ahora, sentía que esos ojos, entre marrones y amarillos, seguían impregnados en su existencia.

—Maldita sea, ¿Qué fue todo esto? —Emma por fin dijo, haciendo que ella comenzara a respirar de nuevo.

—Yo… no puedo creer que mi primer encuentro con el hombre de mis sueños, haya sido una completa m****a Emma… ¿Cómo fui tan torpe?

Emma negó colocando su mano en la frente y luego miró hacia el piso manchado de café.

—Esto nos costará…

Por supuesto, Alison estuvo más de una hora, con el tono alto de Clarson, y más cuando ella le comentó la verdad de lo sucedido.

El hombre le aclaró que necesitaba comprobar si el jefe quería que la despidieran después de este evento, pero era obvio que Clarson nunca llegaría ni siquiera a un allegado del magnate, para decirle ninguna nimiedad como esa que no tenía alguna importancia para alguien como Cristopher.

Eso, aunado a que la belleza de Alison, tenía prendido de un hilo a su asqueroso jefe que no hacía nada más que molestarla debido a su posición.

—¿Qué pasó? —todas sus compañeras preguntaron al unísono en cuanto Ali llegó al cuarto de cambio mientras todas se estaban alistando para salir de su jornada laboral.

—Lo de siempre… me recargó más trabajo para el lunes, y dice que debo pagar unas horas extras divididas en los días de la semana siguiente…

Emma vino a tomar su brazo para consolarla, mientras que Evelyn chasqueó la lengua antes de decir:

—Relájate… es un idiota que no tiene los pantalones para decir que lo tienes loco… además, es fin de semana, no sean aburridas y vamos a tomar unas copas.

—Yo no puedo —Harper, una de sus compañeras y madre soltera, intervino—. Saben que mi chico está…

—¡Oh, vamos!, tu madre puede cuidarlo, nunca sales, deberíamos irnos desde aquí… no sean aburridas…

—Sabes que no me gustan los antros… —Emma cruzó los brazos mientras Evelyn rodó los ojos en son de fastidio.

—Vayamos a mi casa… —Charlotte dio una idea y todas llevaron la mirada a su dirección—. Compremos bebidas, unos juegos de mesa, y pasemos la noche… será divertido.  Tengo todo para el karaoke, mis hijos me han dotado de cosas que ni necesito.

Todas las mujeres comenzaron a reírse y al final, cuando salieron, decidieron que sí, celebrarían cualquier cosa en este viernes por la noche en la casa de Charlotte, la mujer mayor de 45 años que era como la madre de todas en todos los aspectos.

En cuanto llegaron a la residencia de Charlotte con las compras y bebidas, instalaron el Karaoke y pusieron música alta, mientras la situación se ambientaba.

Eran las dos de la mañana cuando la mayoría estaba pasada de copas, y Harper soltó las lágrimas al recordar al hombre que la había abandonado, hace unos meses, dejándola sola con su bebé de apenas unos meses. Pero para no seguir con el ánimo abatido, Charlotte decidió sacar el juego de mesa que había comprado en una tienda antigua hace unas semanas.

Ella era obsesiva con los juegos de mesa.

—Bien… bien… vamos a jugar… —ella anunció mientras todas se agruparon en la mesa.

En silencio Charlotte destapó el juego nuevo mientras todas miraba extrañadas la pieza rara que venía con dados.

—¿Qué es esto? —preguntó Emma con interés mientras Ali tomó un paquete de escarcha que lo observó con interés.

—¿Y esto para qué sirve? —Alison fue agitar la bolsilla, pero Charlotte evitó que siguiera revolviéndolo.

—No… no… no… esto es para los deseos. Esperen…

Todas las mujeres se miraron con gracias, pero hicieron silencio mientras Charlotte preparaba la mesa y explicaba los pasos a seguir del juego.

—Es el juego de los sueños hechos realidad… cada una pedirá un deseo, e intentará tirar los dados, si los dados coinciden con los pares después del deseo, entonces, se llenará estas copitas de polvo mágico, y ganará la copa que rebose hasta el tope…

Todas se rieron a carcajadas, pero cada una tomó la copa que venía en el juego mientras Alison se ponía ansiosa ante la expectativa.

Todas decían algo en voz alta, causando la risa de las demás, desde apartamentos propios, autos para ir al trabajo, y novios millonarios, sin embargo la copa de Alison estaba casi llena, cuando le tocó el turno de tirar de nuevo los dados.

Ella batió las piezas en sus manos, y antes de tirar, llevó una copa de tequila a su boca pensando en lo único que registraba su cabeza por el suceso de hoy en la mañana. Y levantándose de la silla, pidió silencio a todas sus compañeras.

—Ok… este es un deseo singular y muy especial… ¡Deseo…! ¡Deseo ser la prometida de Cristopher Koch!, deseo ser esa chica a la que el magnate llama su prometida…

Alison sopló los dados en sus manos, y tirándolos en la mesa, escuchó como la algarabía de sus compañeras inundaron sus oídos.

Definitivamente, había un par de seis en la mesa, mientras Charlotte se apresuraba a llenar su copa y esta rebosaba de polvo mágico…

***

Alison parpadeó todo el tiempo cuando escuchó una alarma resonar, y luego de que se sentó de un tirón, se dio cuenta de que estaba en una habitación demasiado oscura.

—¿Dónde estoy? —se preguntó en un susurro restregando sus ojos y tratando de aclararse la visión.

Quitó un edredón demasiado grueso de su cuerpo, y evidenció que el lugar era totalmente desconocido por ella, y que todo lo que la rodeaba parecía una habitación de lujo, como solía aparecer en las películas.

—¿Qué es esto? ¿Estoy en un sueño? —puso sus manos adelante como si temiera tropezarse y romper alguna cosa, intentando llegar a un interruptor para divisar mejor su entorno.

No encontró nada en la pared, pero cuando ella pasó la cama, automáticamente, las luces se encendieron. Su garganta se secó cuando sus ojos recorrieron el enorme lugar, que de hecho olía a perfume caro de mujer.

Los labios de Alison temblaron con evidente miedo por la situación, y en cuanto vio un inmenso espejo del tamaño de su pequeño cuarto, se fue de prisa solo pensando que cuando se viera, despertaría de la pesadilla que estaba teniendo.

Ella estaba detenida en el reflejo y su cuerpo se congeló al verse a sí misma como otra persona. Su cuerpo no estaba allí, pero era su mirada, ella podía jurar que estaba viéndose con sus propios ojos.

No era Alison, ni su cabello castaño y largo, o su cuerpo atlético, por como tenía que caminar todos los días.

No… allí estaba esa mujer rubia que vio por última vez en el ascensor y que reconocía a la perfección.

Jane Ambani, la prometida del magnate, estaba mirándola con sus propios ojos…

Alison sintió que se asfixiaba, y lo único que pudo susurrar, fue:

—Char… Charlotte… ¿Qué hiciste?

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