ENGAÑOS CARAMELIZADOS

Miré los pequeños diamantes de 18 kilates adornando la sortija dorada en mi dedo; era grande, hermosa, y seguramente única. Apreté el puño, sintiendo el oro y el peso de esa joya.

—¿Te gusta? —inquirió, ignorando lo pálida que estaba.

Después de tan inesperado anuncio, el coctel continuó. Y ahora, solo Gustave y yo permanecíamos en un rincón.

—¿Por qué dijiste que estuvimos juntos en el extranjero? —le pregunté, evadiendo su propia pregunta.

Él me acarició el cabello, rozando la horquilla en mi peinado.

—¿Te molesta, Caramel? —inquirió suavemente—. Solo preparo todo, para cuando se revele la existencia del niño. No queremos que hablen de más, y supongan cosas.

¿Era realmente así? Si lo había hecho por mí, no podía reclamarle más.

—Gustave, con el compromiso, no quisiera pensar que una boda...

Sin oírme en absoluto, me acorraló en una esquina del salón. Mirándome con fijeza, apoyó una mano en mi mejilla. Nos miramos, él embelesado, y yo queriendo escapar.

—Caramel, me gustas m
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