ENEMIGOS PROCLAMADOS

Revisé por última vez mi aspecto en la ventanilla del coche. Revisé que el vestido rojo de terciopelo luciera bien, que los guantes blancos se ajustaran bien a mis brazos, y que el brillo labial siguiera en su lugar. Antes de tomar la mano de Gustave, cubrí la espalda descubierta del vestido con un chal blanco.

—Tengo un regalo para ti —dijo, sacando una caja pequeña del auto.

Al abrirla, vi que se trataba de una ostentosa horquilla para el cabello; hecha de diamantes en forma de flequillos que descendían por el pelo, junto con una especie de diadema, elaborada con pequeños rubies rojos.

A juego con la horquilla, Gustave me colocó un largo collar de perlas blancas en el cuello. Sonrió.

—Ahora eres absolutamente hermosa.

Sonreí apenas.

—Gracias, Gus.

Cuando verifiqué mi aspecto, tomé el brazo de Gustave y juntos entramos al teatro. Esa noche era la premier de una gran obra teatral, un musical famoso, pero totalmente desconocido para mí. Naturalmente, estaría presente la crema y
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