4. MI RUTINARIA VIDA
Me quedo observando todo el panel del auto tratando de comprender lo que sucede. Incluso lo dirijo fuera de la carretera, sacando el manual que me entregaron, buscando dónde dice que me puede hablar, pero no encuentro resultados. Según leo, todo lo tengo que programar para que funcione y yo no he programado nada. ¿Quién más pudo hacer tal cosa?
—Ya puedes continuar conduciendo, Ema, el peligro pasó. —La voz femenina proveniente de la radio me saca de mis pensamientos y mi corazón se acelera.
Miro otra vez la radio sintiendo cómo el miedo y la confusión se apoderan de mí mientras trato de mantener la calma y controlar la situación. Intento recordar si dejé alguna ventanilla abierta o si alguien pudo haberse infiltrado en mi nuevo y sofisticado vehículo eléctrico, pero todo parece estar en orden.
Trato infructuosamente de apagar la radio, pero la voz continúa hablando como si fuera mi amiga y me conociera de toda la vida. Me siento atrapada en una pesadilla surrealista y no sé cómo reaccionar. ¿Qué está sucediendo hoy con todos estos equipos? ¿Es posible que alguien esté manipulando todo desde las sombras? ¿Los habrán hackeado?
—Nadie me ha hackeado, Ema —escucho la voz nuevamente como si leyera mis pensamientos—. Sigue conduciendo o prefieres que lo haga yo.
Y sin que pueda impedirlo, el auto se pone en marcha rumbo a mi casa. La paranoia se apodera de mí mientras llego, y el vehículo se aparca solo. Cada paso que doy hacia la puerta principal se siente como una prueba de resistencia. Mi mente se llena de preguntas y mi corazón late furiosamente.
—Mañana mismo voy a llamar a esa empresa donde compré el auto para que le desactiven todas estas cosas, no me gustan —protesto, aunque debo admitir, en silencio, que no son malas las cosas que me aconseja y que parece cuidarme.
Inserto la llave en la cerradura y abro la puerta. La casa me recibe como siempre lo hace, luminosa y cálida, como si me estuviera esperando. Las luces parpadean ligeramente, dándome la bienvenida, como todos los días, aunque ahora parecen hacer más ruido. ¿Estoy imaginando todo esto? ¿O realmente hay algo misterioso acechando cada rincón de mi hogar y mi vida?
—Emma, deja de pensar en tonterías; tu casa, desde que tienes uso de razón, ha sido así. Papá y mamá la hicieron —me digo en voz alta mientras camino hacia mi habitación. Estoy realmente agotada.
Tomo un baño tratando de despejarme. El agua tibia recorre mi piel y finalmente me ayuda a calmar un poco mi ansiedad. Pero la imagen del hombre del mercado una vez más aparece como un intruso en mi mente, reemplazando todo pensamiento anterior. Una sonrisa discreta se dibuja en mi rostro. Era todo un espécimen, fuerte, apuesto, alto, y sí, muy bien dotado. Lo pude notar desde mi posición en el piso.
Mañana voy a pasar de nuevo por el mercado, esta vez no lo voy a dejar escapar. Quizás la vida esté intentando decirme algo. Y yo, que suelo huir de estas cosas, esta vez pienso enfrentarme a lo que sea. Porque, después de todo, el destino también necesita un empujón.
Me acuesto en mi cama cálida y acogedora, pero lo que debería ser tranquilidad sigue siendo intriga y ansias por descubrir más de todo lo que me envuelve. Mientras cierro los ojos, el pensamiento del hombre del mercado y la sensación de que algo más grande está ocurriendo en mi vida envuelven mi última vigilia antes de dormir.
A las seis de la mañana, me despierta el sonido de una salsa cubana nueva que escuché ayer en mi grabadora y me encantó. ¿Cómo es posible? No recuerdo haberla puesto. Tal vez las mellizas lo hicieron ayer. Sacudo la cabeza y dejo de hacerme preguntas, estoy demasiado sensible últimamente. Subo el volumen para despertarme por completo y me sorprendo al darme cuenta de que se hace más fuerte por toda la casa.
—Gracias, casa—, me río nerviosamente, pero siento un poco de miedo de que sucedan esas cosas inexplicables. Sacudo mi cabeza y salgo corriendo de la cama para ir al cuarto de mis hijas y despertarlas. Siempre es lo mismo con ellas, nunca quieren salir de la cama por las mañanas y luego, en la noche, no quieren regresar a ella.
Entro al baño para tomar una ducha y el agua está a la temperatura perfecta, como siempre. Mientras me enjabono, noto que el espejo se empaña y forma palabras misteriosas que desaparecen rápidamente. Me sobresalto y trato de limpiar el espejo, pero no hay rastro de las palabras. Salgo del baño con el cabello mojado y me dirijo a la cocina mientras sigo apurando a Emily y Melina, mis hijas. El próximo año se irán a la universidad y estoy emocionada por ellas. Son mellizas y hacen todo juntas. Se llevan muy bien.
Mientras preparo el desayuno, siento una extraña corriente de aire que me eriza la piel. No hay ventanas abiertas ni ninguna explicación lógica para esa sensación. De repente, las luces de la cocina parpadean de manera intermitente. Pongo la leche en el microondas y me doy cuenta de que la puerta se abre y se cierra sola. ¿Siempre ha sido así o es de ahora? Me quedo observando todo a mi alrededor como si lo viera por primera vez. ¿Qué es lo que sucede desde ayer con todos mis equipos? Nunca antes había sido tan evidente que hacían cosas solos, ¿o sí y no me había dado cuenta?
—Mamá, papá, ¿qué hicieron en esta casa? —pregunté como era mi costumbre a la foto de mis padres en la pared de la cocina—. ¿De verdad hicieron una casa inteligente?
Mis padres eran unos científicos genios, aunque para todos eran biólogos. De niña me hacían muchos juguetes parlantes que desaparecieron tras su muerte y mi mudanza a casa de mis abuelos.
Sigo observando la foto de mis padres en la pared y, por primera vez en años, me detengo a analizarla. Mi madre tiene esa sonrisa que siempre me tranquilizó, incluso en los momentos más difíciles. Mi padre, en cambio, tiene esa mirada seria y cálida, esa dualidad que siempre me hacía sentir protegida. Mientras repaso cada detalle de la imagen, las luces de la cocina parpadean nuevamente, interrumpiendo mis pensamientos.
—¿Son ustedes o alguien más? —pregunto mientras me sirvo una taza de café y mi pensamiento divaga hacia la imagen que me había impresionado tanto. —¿Quién será el hombre del mercado? ¿Podré verlo hoy?