Mientras subo las escaleras de la entrada, la brisa fresca me recibe. Sin embargo, mi mente ya parece decidida a sabotearme. Como una película proyectada sin permiso, la imagen de aquel hombre surge de nuevo. Su sonrisa ladeada y su mirada profunda me persiguen, haciendo que mis pasos se tornen más lentos. ¿Por qué alguien que apenas cruzó unas palabras conmigo puede tener este efecto?
Respiro hondo y empujo la puerta del lobby principal. La atmósfera neutra del espacio, un tanto impersonal, debería ayudarme a centrarme, pero hoy parece no tener el mismo impacto. Veo de reojo a la recepcionista, quien levanta la mirada y me sonríe como todos los días. —Buenos días, directora Ema —saluda con una sonrisa mientras acomoda un par de papeles. —Buenos días, Susi —respondo como cada día mientras sigo avanzando hacia el elevador. Lo tomo y aprieto el botón para el último piso, donde está mi oficina. Al llegar, dejo todo como cada día en su lugar, mientras mi mente no deja de pensar en el hombre de mis sueños. —¡Ema, apúrate, que vas a llegar tarde a la reunión! —exclama Joe, mi asistente, asomando la cabeza por la puerta de mi oficina. —Un momento —respondo mientras trato de acomodar mi cabello en una cola y retocar el maquillaje. —¡Ema, solo quedan diez minutos! —insiste Joe con urgencia. Salgo precipitadamente de mi oficina y me dirijo al salón de conferencias, donde me espera otra tediosa reunión. Al llegar al elevador, las puertas se abren y avanzo sin mirar, chocando con un cuerpo varonil que me sujeta sonriente, agachándose junto a mí para recoger las carpetas que he dejado caer. Estoy tan apurada que apenas tengo tiempo para fijarme en él, pero noto que es muy alto. Le entrego una de mis tarjetas de presentación sin saber muy bien por qué. Salgo a toda prisa para evitar llegar tarde. No es bien visto que el jefe sea el último en llegar, y ese es mi caso en este momento. Echo una ojeada rápida a mi reloj: solo han pasado dos minutos. Sin embargo, me desconcierta ver un mensaje en rojo que indica que llegué tarde. ¿Qué locura es esta? Me siento y abro mi computadora personal para buscar mi información y me asombro al ver el mismo mensaje del reloj, diciéndome que es tarde. ¿Qué sucede con este extraño mensaje? Inexplicablemente, sin hacer nada, la pantalla muestra toda la información que necesito sin necesidad de buscarla. ¿Qué estará sucediendo con estos equipos? Me pregunto, aunque me concentro y doy inicio a la reunión. —Buenos días —saludo a todos, quienes miran sus pantallas mientras en la mía veo el mensaje de un asistente que me avisa que ya ha enviado la agenda del día a todos. Miro a mi asistente Joe, quien me sonríe. —Deja de bajar programas a mi computadora sin avisarme. —¿Qué programa? —pregunta en el mismo tono. —No he hecho nada. Esa es la computadora personal tuya que no me dejas tocar. Lo miro sin entender. Es verdad, él no toca mi computadora y, que recuerde, no he hecho nada. Aunque tengo las actualizaciones automáticas. Mejor me concentro; esta nueva tecnología de inteligencia artificial me desconcierta: primero mi auto y luego mi computadora. Las palabras que salen de mi boca en la reunión parecen automáticas, como si mi cerebro se hubiese desconectado del presente, dejando que el piloto automático tome el control. Sin embargo, mi atención se desvía hacia ese extraño mensaje en la pantalla cada vez que intento concentrarme completamente. Mi mente divaga. Sé que algo inusual está pasando y detesto no poder explicarlo. De repente, mientras expongo los puntos clave, veo que la luz roja de mi computadora parpadea nuevamente. Es como si algo estuviera intentando llamar mi atención. Mi mirada se cruza con la de Joe, que nota mi desconcierto instantáneamente. La suya, a su vez, refleja curiosidad. —¿Algún problema, directora? —pregunta uno de los gerentes en tono formal, tratando de seguir con la conversación. —No, todo está bien. Continuemos con los siguientes puntos —respondo rápidamente, intentando sonar calmada. A medida que la reunión avanza, mi mente no puede evitar divagar hacia la extraña sincronización entre mi reloj y mi computadora. ¿Hay alguien manipulando estos dispositivos de manera remota? ¿O es solo una coincidencia extraña? Tampoco se me olvida que dijeron mi nombre en la radio del auto y cómo aquel se inició solo trayéndome por otra ruta. ¿O sería otra coincidencia? La intriga comienza a crecer dentro de mí, y decido investigar más a fondo cuando tenga tiempo. Pero por ahora, debo concentrarme en los asuntos de la reunión y dejar de lado estas extrañas distracciones tecnológicas. Sin embargo, no puedo evitar sentir una sensación inquietante que me sigue durante todo el día: alguien o algo está interviniendo en mi vida de una manera que aún no puedo comprender. ¿Será el cretino de mi ex, Orestes, el que me mandó a vigilar? Mandaré a revisar todo al técnico hoy mismo. Él asiente y toma su celular para realizar la llamada mientras yo camino hacia mi despacho. Mis tacones resuenan en el pasillo; cada paso parece marcar mi determinación. Al llegar, cierro la puerta tras de mí y me dejo caer en mi silla. Necesito unos segundos para pensar, pero mi mente no me da tregua. ¿Qué pasaría si no fuesen coincidencias? ¿Podría alguien estar interviniendo no solo en mis dispositivos, sino también en las rutas de mi auto? La sola idea de que alguien tenga ese nivel de acceso a mi vida me pone nerviosa y me recuerda las trampas y los juegos sucios de Orestes. Él es el maestro de las maniobras desagradables, pero esto parece demasiado elaborado, incluso para él. Soy Ema, madre soltera, y dedico cada minuto de mi existencia a mi trabajo. Después de un divorcio desastroso hace años, debido a la infidelidad de mi esposo, decidí enfocarme por completo en la crianza de mis hijas y en desarrollar mi carrera profesional. Aunque me consideran hermosa, no he querido volver a involucrarme en ninguna relación. No se confundan, dije relación, no sexo. Sí, soy una mujer segura de mí misma y disfruto de mi libertad sexual. ¿Quién ha dicho que solo los hombres pueden tener una vida libre? Mi mejor amiga, Serrí, y yo hemos pasado por relaciones fallidas con hombres que no supieron valorar nuestro amor. Por eso, de vez en cuando, salimos a disfrutar nuestra libertad y nos damos el gusto de elegir a los hombres con quienes compartimos momentos íntimos. Me encanta encontrarme con hombres muy bien dotados y que saben cómo satisfacer a una mujer. Sin embargo, nunca repetimos las experiencias, ya que no quiero complicaciones en mi vida. Preferimos salir de nuestra ciudad y viajar a lugares que nos gustan, donde podemos ser nosotras mismas y disfrutar de nuestra sensualidad. ¿Y si busco a ese hombre que vi esta mañana y lo uso aunque sea un día? El sonido de una notificación en mi teléfono me asombró: “Ema, deja de pensar en ese hombre”. ¿Quién estaba detrás de todo, que hasta parecía leer mis pensamientos?