Es de madrugada y Caroline está al lado de su hijo, mirándolo mientras le canta una hermosa canción. La niña Aileen está durmiendo en el sillón mientras que Lisandro está en la sala de espera hablando por teléfono con Bastián porque sabe que al su madre saber la verdad se ha desatado un caos que si no lo maneja bien, se le puede salir de las manos.
Caroline termina de cantar y luego cuidadosamente se aparta de Connor para luego caminar hacia la ventana y fijar su mirada en la luna. A veces siente que no puede, que el dolor la consume tanto que siente decaer en un abismo. Pero también sabe que rendirse no puede hacerlo, sus hijos cuentan con ella, es tan doloroso que de un momento a otro tu mundo de felicidad se esfume dándole paso al dolor, la desesperación y entre otras cosas que lo único que hacen es oprimir.
—Caroline... — la voz de Lisandro la hace bajar su mirada y secar rápidamente sus lágrimas —traje té... — le entrega la taza de té y ella lo recibe sin mirarlo a los ojos —