1. Capítulo: Embarazada de Mi Ex

Leandro se levantó y miró a sus padres otra vez, incrédulo por lo que le estaban haciendo, no entendía como tenían la osadía de imponerle casarse con la hermana de Mila.

Tan solo pensarlo era una locura, sin embargo todo tenía sentido cuando sus progenitores seguían detrás del poder y les daba igual sus sentimientos.

—¿Cómo pueden ser tan egoístas? Que haya aceptado el matrimonio con Mila, no quiere decir que aceptaré casarme con Erika —rugió, procesando todavía el hecho de que todos ellos habían planeado semejante atrocidad que no estaba dispuesto a cumplir, no le importaba si tenía que ponerse en contra de su propia familia.

Erika con sus enormes ojos grises lo apuntó, colocándose cerca suyo.

—¿No ves que todo esto es por el bien de ambas familias? No seas tan malo conmigo, Leandro —pronunció su nombre con lentitud y el estómago del hombre se revolvió.

Ella de pronto se comportaba como una arpía y no le interesaba su duelo, no le importaba que todavía tuviera el corazón roto por la pérdida de la mujer con la que se casaría. ¿Qué más necesitaban los Strousman, incluso su propia familia? Lo tenían todo, aún así querían amasar más, la ambición y ese deseo ruin los arrastraba.

En ese momento intervino Paulette, colocándose a la par de su hija, en su defensa.

—Leandro, querido, nosotros estamos destrozados por la muerte de Mila, pero somos conscientes de lo importante que es la compañía, estoy segura de que mi hija lo entendería y lo aprobaría, ¿por qué te opones a un matrimonio que será beneficioso para ambas partes? —explicó esa mujer que sacaba su lado más egoísta y frío, aunque admitía extrañar a su hija, en realidad no era más que una interesada.

—Hijo, haz lo que te pido —habló Renard, demandante.

—Esta vez no haré nada para complacerlos. Lo siento, pero no seré parte de toda esta farsa, no se le puede dar otro nombre, más que eso, una m*****a mentira en la que no voy a participar —rugió lleno de mucha ira, antes de irse y dejarlos a todos impactados.

Paulette se cubrió los labios, al igual que la madre de Leandro, quién se encontraba apenada con los Strousman, por la actitud hostil y renuente de su hijo.

No se lo esperaba.

Embravecido aún, se encerró en su habitación. El italiano ignoró cada uno de los llamados a su padre, incluso cuando lo amenazó con tirar la puerta. No le hizo caso y continuó allí, sin salir.

No fue sino hasta la noche que salió por ahí, necesitando despejar la mente.

Mientras tanto, Milenka caminaba sin rumbo alguno lidiando con los terribles síntomas del embarazo, ingresó a un lugar de conveniencias para comprar ramen, un antojo nocturno.

Sabía que la salida nocturna podría meterla en problemas, pero no se aguantó más y en medio de la noche salió a buscar comida coreana.

No se pudo resistir.

Comió hasta saciarse.

Al salir miró a todos lados cerciorandose de que no hubiera nadie extraño a esa hora; estar afuera era peligroso.

Se entretuvo tanto con los faroles que iluminaban las calle en medio de la noche fría, que acabó tropezando con alguien. Ese sujeto tenía un suéter con capucha y la miró mal debido a su torpeza. Pero ella no vio su identidad, y se apresuró en llegar a casa.

Su corazón se alteró un poco.

Había sido Leandro, que luego de la discusión con sus padres, bebió a raudales, por ende se puso borracho y anduvo vagando.

(...)

Al próximo día, Leandro tenía un insoportable dolor de cabeza, la resaca lo estaba asesinando, pero se lo había buscado por tomar demasiado alcohol.

Tylenol fue la solución.

Al final se quedó tirado sobre el sofá de la sala, su padre no tardó en aparecer arruinando la mañana que de hecho no era nada buena.

—¿Seguirás huyendo? Leandro... —lo llamó —. Todo eso también lo hago por tu propio bien, acepta ese matrimonio o te negaré la entrada a la compañía. Sabes que puedo hacerlo.

—¿Qué? —se puso en pies —. Padre. ¿Por qué me haces esto, eh? No logro comprender.

—Cásate y no perderás nada, me tengo que ir al trabajo. Nos vemos.

Él se quedó incrédulo en su lugar.

Entre la espada y la pared se encontraba al pensar en su futuro, necesitaba estar en la compañía de su padre, era esa su única chance, debía aprovecharla. En la noche de ese día le comentó a sus padres que aceptaba casarse y tan pronto como sus progenitores lo supieron, movilizaron todo para dar inicio a los preparativos, y lo más pronto llevar a cabo la fiesta de compromiso.

Erika no podía estar más feliz que ahora, porque logró su objetivo.

Paulette también celebraba.

Mila quedó en el olvido para su propia familia.

Pero Leandro en su habitación, lloraba otra vez, sufría en silencio su ausencia, se sentía un traidor, incluso uno más de sus padres, inclinado a lo que más le beneficiaba.

¿Eso no lo volvía una mala persona?

1 semana después...

Ya no podía seguir usando esa faja para evitar que se le notara el embarazo eso no le hacía bien al bebé. Milenka permaneció sentada al filo de la cama, vacilando sobre ir o no a la universidad, no tenía ganas de nada.

A esa hora, ya sus padres estaban afuera. Papá en el trabajo y su progenitora encargándose de las compras. No pasaba nada si no iba a estudiar, por eso decidió escaparse a la ciudad.

Estaba decidida a decirle a sus padres de su embarazo, ya no lo iba a posponer más. Desde la mañana hasta la noche estuvo en el exterior y no contestó la llamada de su madre, aunque se aseguró de enviarle un mensaje para que no se preocupara debido a su larga ausencia.

Terminó en una farmacia, necesitando comprarse algo para la acidez, pero se quedó viendo las pequeñas cosas que vendían para bebés.

—¿Milenka?

Su voz le taladró la cabeza, no quería ni girar sobre sus talones y verle.

Pero lo enfrentó.

—Alexandre —sonó frívola.

—¿Por qué sostienes un biberón?

Ella lo dejó en su lugar.

—¿Te debo explicaciones? Solo desaparece de mi vida.

Iba a retirarse, pero él atrapó su antebrazo.

Sus filosos ojos la atravesaban.

—Te estuve vigilando, porque te veo actuando raro. ¿Por qué las náuseas? Y... ¿no odiabas las fresas? sin embargo has comido una tarta de fresa —achicó la mirada —. ¿Estás embarazada?

Ella se sacudió de su agarre, tragó duro.

Al final exhaló.

—Te lo diría, ahora que lo has descubierto, ¿qué vas a hacer?

Él soltó una carcajada.

—Aborta, Milenka, no quiero un hijo.

—¿Qué? No haré eso —le tembló la voz —. Eres un monstruo, ¿sabes qué? No necesitamos de ti, puedes irte al infierno.

Salió de allí llorando.

—¡Estás cometiendo un error! Debes deshacerte del problema, m*****a sea —gritó.

Milenka estaba destrozada, sumergida en su mundo, al punto de que podía tener un incidente.

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