Andrea hablaba con los ojos enrojecidos, y en su rostro incluso apareció una sonrisa fría de autodesprecio.
—No temo hacer el ridículo contándoles a todos que lo que escuché fue a mi hijo diciéndome que no le gustaba tenerme como madre, que quería que esa mujer fuera su madre. Fue mi esposo diciéndome que no había traído comida para mí, que si quería comer algo, fuera yo misma a la cafetería. Fue mi suegra diciéndome que yo era una carga, que realmente debió haber estado ciega para dejarme entrar en su familia.
Andrea nunca imaginó que aquellas cosas que alguna vez le causaron tanto dolor, ahora pudiera expresarlas con la voz más indiferente.
La sala quedó en silencio. La jueza fruncía el ceño mientras miraba a Andrea, con compasión en sus ojos hacia una madre infortunada.
Vicente, observando a Andrea, sabía que ella había escuchado lo que él le dijo antes.
A menudo, la expresión genuina de los sentimientos es lo que más conmueve el corazón de las personas.
Él había imaginado que Andre