Leonard
Evelyn finalmente se rinde ante mí. Lo hace y se entrega de una manera que tiene a mi lobo rugiendo y ronroneando en partes iguales.
Puedo notar el temblor en su piel mientras le quito la ropa, el estremecimiento cuando mis dedos recorren la piel desnuda, la firma en que exhala y cuando la tengo desnuda… por la diosa que nunca había deseado tanto a una mujer.
Nunca me había sentido tan conectado con alguien en toda mi vida. La marca sobre su cuello brilla y yo siento un latigazo de deseo, de propiedad y las palabras salen como un gruñido de mis labios mientras le digo:
—Eres mía.
Ella gime y eso es todo lo que necesito para dejarla sobre la cama y empezar a sacar cada prenda de mi ropa mientras que ella se sonroja y me mira con los ojos dilatados.
Porque me desea. Lo hace con la misma intensidad que lo hago yo.
Lentamente me subo en la cama y mis manos van acariciando sus piernas, desde las pantorrillas antes de ir subiendo lentamente por sus muslos.
La forma en que reacciona,