Lyra
El primer golpe de dolor llega como un arañazo. Fino, cortante… Una punzada que se clava en la base de mi columna, como una enredadera llena de espinas enredándose en mi médula.
Por momentos parece calmarse, pero no desaparece, sino que simplemente se extiende, como raíces envenenadas que reptan por mi interior, ramificándose debajo de mi piel, enroscándose en cada uno de mis huesos y desgarrando lentamente mis nervios.
Un grito queda atrapado en mi garganta, cuando me despierto, jadeando y empapada en un helado sudor. La mazmorra de la mansión es un mausoleo oscuro, únicamente iluminada por la luz de la luna que se cuela a través de la pequeña ventanita que hay sobre mi celda.
Intento moverme, sentarme en el camastro de piedra, pero las piernas no me responden, y el dolor se intensifica, creciendo en oleadas, como si manos invisibles me arrancaran a tirones la energía, deshojando mi ser con una calculada crueldad.
Como puedo me aferro a la única manta que me ha dado uno de los h