CAPÍTULO CUATRO

Me levante con las músicas africanas, mi compañera no debía de estar de buen humor siempre que colocaba esas músicas o estaba de malas o algo le preocupaba, me levante pateando a un lado las sabanas y fui dando tras pies a la cocina donde la encontré extrañamente con el ceño fruncido preparando el desayuno, me senté en el taburete cruzando mis piernas y apoyando mis codos en el mostrador de forma que pudiera colocar mi cara entre las manos, la cabeza me dolía.

–Y bien ¿cuál de las dos es?– le pregunte a modo de buenos días, ella se volvió y me sonrió

– ¿a qué te refieres? Y buenos días para ti también– me dijo fingiendo tranquilidad de repente.

–oh ya sabes, ¿molesta o preocupada? Lo digo por la música– hice ademan con una mano al equipo de música que colocábamos en la esquina de la cocina.

–que observadora te has vuelto Cat– ríe pero no me responde mi pregunta en realidad, es común en ella que evada los temas que tienen que ver con su privacidad así que la dejo tranquila.

–Me iré a preparar para ir al trabajo, guárdame un poco de eso que estas preparando, huele delicioso– me levante del asiento dando brinquitos.

–vale te espero para desayunar, hay un par de cosas que quiero hablar contigo– había un matiz de algo que no pude descifrar en la voz de Soria. Levanto una ceja pero ella se voltea y continúa cocinando. Me voy a mi habitación, recojo el desorden de mi cama y entro en la ducha para abrir el grifo del agua fría, aunque algunas personas prefieren el agua caliente yo no, siento que el agua helada me llena de nueva vida. Decidí colocarme un vestido floreado acampanado y con una última mirada en el espejo recogí mi bolso para verificar que todo estuviera ahí, muchas veces eh olvidado las llaves del local por lo tanto ahora todas las mañana corroboró que estén en mi bolso.

Me siento enfrente de Soria en la mesa con el desayuno ya listo

– ¿Y bien, que es eso tan importante que tienes que decirme?– pregunto midiéndole la expresión.

–Quiero que te cuides de ese tipo extraño, no quiero que vuelvan tus pesadillas, no te quedes sola con él en la pastelería vale– dice todo con tanta tranquilidad que no es común en ella, todo esto me toma un poco desprevenida no pensé que el tema a conversación seria sobre mí.

–vale, no tienes de que preocuparte, las pesadillas seguro se debieron a los recuerdos solo eso, no tiene nada que ver con el tipo, pero no me mires así– digo rápidamente al ver su cara contorsionarse –de igual manera te haré caso y tratare de no estar a solas– me siento mal de preocuparla.

–Tratar no basta Catarina– dice mi amiga y al darse cuenta de su arrebato suspira y se pasa las manos por su cabello –lo siento cat solo me preocupo por ti–

–lo se mi solcito, pero no tienes que hacerlo, de veras– le digo sonriendo y empiezo mi desayuno.

Media hora después iba caminando por las calles del pueblo que apenas empezaba a cobrar vida, sin previo aviso un escalofrió recorrió mi nuca e hizo que me volteara a ver a todos lados, sentía como si alguien me miraba, la calle estaba vacía, apure mi paso para llegar a la esquina y al doblar choque con el señor Miguel un viejito que hacia el transporte del colegio.

-lo siento mucho señor, no lo he visto- me disculpo de inmediato apenada.

-Cati querida- me saluda el viejo haciendo caso omiso del atropellamiento por mi parte

–Tiempo sin verte niña- me paso la mano por el brazo haciéndome a un lado cuídate cat, llevo prisa- se despidió de aquella manera tan común en él. Me reí en mi interior, algunas cosas no parecían cambiar nunca.

Mientras abría el negocio sentía aun que alguien me observaba pero las pocas personas que iban pasando me saludaron con sonrisas cálidas y siguieron su camino. Estando ya dentro me prepare un té para tranquilizar los nervios, estaba tan desconcertada por mi comportamiento, no entendía que me sucedía.

El reloj detrás del mostrador marcaban las ochos en punto cuando escuche la puerta abrirse y vi entrar a mis ayudantes Thamara Hurtado y John Sáez ambos cursantes del último año del colegio local, me gustaba ayudar a los jóvenes como otros me habían ayudado a mí al darme techo, estudios y empleo para sobrevivir estando tan sola, me identificaba con ambos ya que también eran huérfanos y habían crecido en la basílica.

Éramos un gran equipo, nos encontrábamos sentados en el piso detrás del mostrados conversando animosamente sobre la creación de nuevos postres cuando de repente lo escuche, otra vez ese gruñido en mi cabeza –¡Catarina!– me levante de un salto mirando en todas las direcciones sin encontrar a nadie más que solo nosotros tres

– ¿Lo han escuchado?– les pregunte a ambos jóvenes que me miraban extrañados

– ¿Escuchar que?– Tamy lanzo miradas furtivas a John quien se encogió de hombros

–Yo no escuche nada ¿a qué se refiere señorita Catarina?– John se puso de pie junto con Tamy y ambos empezaron a ver alrededor buscando algo que los ayudara a comprender.

No era posible que me estuviese volviendo loca, suspire pasándole las manos por la cara. No puede ser que este perdiendo la razón siendo tan joven.

Sería recordada por siempre como la joven que perdió la cabeza cosas que sólo a mi podrían pasarme ¡genial!

Así que decidí fingir.

–No ha sido nada chicos– me fui hasta el almacén de la parte trasera por un vaso de agua, Soria me había dejado pensativa y un poco alarmada por su petición en el desayuno, que tenía ese tipo que causaba esas reacciones en mí. Mi mente debía estar jugándome una broma, digerí el agua y me dispuse a atender el local con la mejor actitud.

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