— Así que aquí estás… — dejó caer las llaves sobre la mesilla ante el sofá. — No puedes desaparecer así.
Dairon se encogió de hombros entre las mantas que lo envolvían.
— ¡ Ay niño mío!
El abrazo cálido de su tía lo hizo desmoronarse. Los trozos de sí mismo que se empeñó en mantener juntos enterrado en la oscuridad y el silencio de aquella cabaña se convirtieron en lágrimas que no fue capaz de contener.
— Déjalo salir… está bien llorar, sentirse incapaz de enfrentar al mundo, querer huir y dejarlo todo.
— Lo siento tanto —. Sollozaba. — Alice… estuvo para mí en mis momentos más difíciles, me ayudó a salir del agujero oscuro donde me dejó mi divorcio, ¿ Y cómo le pago? — Se puso de pie, dejando caer las mantas al suelo.
— Arrojándola al mismo foso purulento del que me ayudó a escapar. Debe estar abochornada, debe odiarme. Tiene todas las razones para hacerlo.
— Eso es decisión suya y desde luego, tiene derecho a repudiarte pero te diré algo. Todo lo que tú querida Alice hizo lo