Mentiras: una opresión en el pecho.

No quería mentir de nuevo. No quería tener que engañar de nuevo. No cuando las personas que estaban a su lado y que lo miraban con evidente preocupación, podrían ver más allá de esas mentiras.

—Sí, es cierto —Optó por la verdad, era lo mejor que podía hacer. Era lo correcto—. Pero no se preocupe, mi turno finaliza en unas horas e iré a descansar.

—No —refutó el hombre mayor—. Una vez termines con el paciente, irás a casa.

—Hazle caso al doctor, Oriel —profirió la fémina.

Ella era una de las pocas personas que realmente albergaba pasión y sentimientos por el trabajo y sabía que se preocupaba por él genuinamente.

—De acuerdo. Gracias, Dr. Allen —espetó.

El hombre asintió conforme, le regaló una pequeña sonrisa a su compañera y otra a él y se dirigió por el pasillo rumbo a otra habitación.

—Gracias a ti también, Anael —profesó.

—Me preocupo por ti, Oriel. Eres un buen hombre —acotó Anael.

No debería afectarle las palabras de la fémina, pero lo hacía. El peso de la culpa crecía cada un po
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