114.
Leonardo
El vestidor estaba iluminado por la luz suave del dormitorio, que se colaba a través de la puerta entreabierta. Amber estaba allí conmigo y el aire parecía cargado de tensión. Su respiración era irregular y yo no podía apartar los ojos de ella. La besé de nuevo, con deseo y una necesidad que crecía con cada segundo. Mi mano se hundió en su cabello, deslizándose hasta la base de su nuca mientras la atraía más cerca. Sus temblores eran sutiles, pero perceptibles, y todo lo que quería era que se soltara, que se entregara al momento como lo había hecho antes.
Nunca la presionaría, jamás. Pero quería que sintiera, que experimentara el placer que me consumía solo con tenerla en mis brazos.
Cuando me separé, tomé su mano, sujetándola con firmeza pero sin fuerza. «Ven conmigo», murmuré. Caminamos juntos hasta el dormitorio, donde la luz encendida creaba un ambiente íntimo; las sombras bailaban en las paredes. La cama parecía llamarnos, pero me senté primero en el borde, guiándola par