Al escuchar esa impertinencia de mi hermanita, me provocó saltar sobre ella para tapar su boca, ¿Por qué se metía en dónde no la llamaban? Qué vergüenza.
— ¿Eh?… Creo que te equivocas.
— ¿En qué?.
— Obviamente, hacemos buena pareja por nuestra amistad, porque nos conocemos desde hace años, y obviamente no podemos estar juntos por esas mismas razones. — Contestó tranquilamente Anabel.
— Pero por lo menos si admites que te gusta ¿No?. — Anabel sonrió. — ¡Vamos! Dilo, no me trates de engañar.
— Sí, él siempre me ha gustado, desde el primer día en qué lo vi. Recuerdo que me dije: está guapísimo. Físicamente, ¿A quién no? Habría que estar ciega. — Mi corazón se aceleró, aunque esperaba algo más profundo que eso.
— No hablo de eso, lo sabes. — Insistió Susana. — Sientes algo más por él.
— No entiendo, ¿Para qué quieres saber?. — Anabel parecía incómoda.
— ¿Qué te puedo decir? Soy una casamentera innata. — Respondió con coquetería. — Y quiero ver feliz a mi hermano.
— No, no, no. Allí estás