MARIAN
EN EL PASADO
—¡Tienes que ser fuerte como tus hermanos!
El látigo choca contra mi piel, el dolor adormece mis demás sentidos y por más que intenté no llorar, es imposible cuando la piel se te abre dando paso a la sangre.
Uno tras otro, mis ojos se empañan por las lágrimas, veo borroso y aún me cuesta trabajo entender cómo es que sigo despierta y no desmayada por el insoportable dolor que me inflige mi padre. A quien no le tiembla la mano a la hora de azotarme.
—¡Tus hermanos jamás habrían hecho eso!
No cesa, no baja la guardia, su voz sigue firme y nadie alrededor interviene, nadie aboga por mí, estoy sola, como siempre lo he estado, mamá murió cuando yo nací, y creo que por eso mi padre me odia. No me soporta.
—¡Eres una m*****a vergüenza, m*****a, mil veces m*****a!
Mis suplicas son silenciadas por el dolor que siento en el pecho, el cual hace que los golpes sean caricias, mi corazón se rompe, solo quería jugar a las muñecas, me encontró, me gritó débil y ahora me estaba cast