132. Soy un Dios, ¡inmortal!

El portal se abrió con un rugido de luz dorada. El aire de Aryndell golpeó sus rostros como un llamado ancestral. Habían vuelto a casa.

Uso el espejo para avisarle a su padre que habían llegado para unirse a la guerra.

El ejército de más de cincuenta mil guerreros cruzó por oleadas, liderados por Dayleen, la Guardiana de los Lobos, montada sobre su lobo blanco. A sus costados, marchaban Tauriel con su gente de la Tierra, Kenji y los guerreros de la Tormenta, Ivanko con su gente de Sombra, y las imponentes columnas de Espíritu, Luz, Plata y Sangre. Nunca antes, en toda la historia del reino, tantas manadas se habían unido bajo una sola bandera.

Y en sus brazos, Dayleen sostenía al huevo de dragón, que ahora brillaba como si contuviera un sol en miniatura.

Al llegar a las fronteras del Imperio, el paisaje era devastador. Casas quemadas. Árboles ennegrecidos. Criaturas oscuras marchando hacia el corazón de Aryndell. El cielo, gris y espeso, lloraba ceniza.

—La guerra ya comenzó —sus
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