105. Matalobos

La noche había traído consigo un silencio inquietante. El cielo sobre la manada de Fuego estaba cubierto por nubes pesadas, y el aire olía a ceniza. Los lobos de guardia en las murallas estaban tensos. Habían aprendido a desconfiar de la calma. Especialmente desde que las hordas oscuras habían comenzado a atacar en oleadas impredecibles.

Y tal como temían, ocurrió.

Un rugido profundo retumbó desde el bosque. Las sombras se agitaron. Criaturas deformes emergieron de entre los árboles: bestias con ojos rojos, piel cubierta de raíces negras, garras largas y torcidas. Corrieron hacia el muro como si el dolor no existiera para ellas.

Pero esta vez, el muro resistió.

La barrera protectora, dejada por Sebastián antes de partir a Aryndell, se iluminó con fuerza. Un domo dorado cubrió toda la manada, y al chocar con él, las criaturas gritaron de rabia y se disolvieron como humo.

Desde lo alto de la torre, los vigías celebraron, pero nadie bajó la guardia. Sabían que el enemigo aprendería.
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