103. Una loba rota

Ese día, el sol de la mañana doraba los tejados de Aryndell mientras Annika cruzaba lentamente la plaza central. Había pasado varios días enferma, encerrada en sus aposentos por orden médica, y necesitaba respirar. La sensación de encierro se mezclaba con la frustración que no conseguía borrar de su pecho.

Amaba a su prima Dayleen, daría su vida por ella de ser necesario. Pero sentía que en ese momento ella no tenía vida, estaba estancada. Su loba todos los días aullaba de tristeza por no sentir ningún lazo con otro lobo, ella había despertado muy pronto y día con día le pedía que por favor encontrase a su mate.

Pero, ¿cómo podría si no podía sentirlo? Su poder era limitado. Su nariz carecía incluso del distintivo color de una loba completa.

Se sentó en una banca de piedra junto a la fuente de los cuatro elementos. El agua corría tranquila y los niños corrían alrededor de ella, pero Annika no encontraba paz en el ambiente. Estaba molesta consigo misma. Molesta con su loba.

Durante l
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