Empecé a rezar para mis adentros. La Cruz me quemaba las manos pero no pensaba soltarla. Llamé a Raziel con todas mis fuerzas. Intenté golpear al Caído un par de veces más, pero nunca llegaba siquiera a tocarlo. Entonces soltó a Mauro, que cayó sin sentido a sus pies, y se agachó junto a él.
—Parece mentira que el cuerpo humano sea tan frágil, ¿no? —comentó.
Agarró el pelo de Mauro y observó su cara un momento. No contuve el grito al verlo golpearle la cabeza contra las piedras de la playa.
—¡Dejalo, hijo de mil putas! ¡Haceme frente!
—¿Me vas a atacar en algún momento?
Pateó a Mauro en el estómago, mandándolo a estrellarse contra una roca de la orilla. Escuché crujir su espalda, vi la sangre que había quedado donde le golpeara la cabeza. Una furia asesina se sobrepuso