Fue nuestra primera discusión. Ella estaba encaprichada en darles otra oportunidad. Yo insistía en que ya habían sobrepasado todo límite y no se los podía dejar sueltos, ni siquiera en el Capilla, lejos de las zonas habitadas. El empate resultante no nos dejó satisfechos en lo más mínimo, pero tampoco encontramos otra alternativa: Lucía iba a tratar de negociar con ellos sin cruzar el sello, y si se negaban a escucharla o rechazaban la opción que les ofrecíamos, reduciríamos el sello y los encerraríamos en un radio de pocos pasos, hasta que cambiaran de actitud o se murieran de hambre.
Lo que ninguno de los dos se había detenido a mirar era el calendario. Al día siguiente era el cumpleaños de Esteban, un agenciero amigo mío de la secundaria y que Lucía trataba bastante. Hacía unos diez años que Esteban festejaba su cumpleaños con f