La fiesta era un mundo de gente, como siempre. Para colmo, ese año a Esteban se le había ocurrido organizar un concurso al mejor disfraz y había conseguido un fin de semana gratis en Llao-Llao para el ganador y un acompañante. Así que todo el mundo estaba tan producido que costaba reconocer a nadie hasta que los escuchaba hablar. Y considerando el volumen de la música, ni siquiera entonces la identificación era demasiado segura. Llegué temprano con Mauro y Majo. Mi amigo iba disfrazado de Goku, con un traje naranja y todos los pelos parados. Mi hija había estado a punto de quedar encerrada bajo llave cuando vi su disfraz de enfermera, que incluía una minifalda para infartar a un muerto. Yo llevaba el traje de sacerdote que alquilaba todos los años. Sabía que Lucía no podía haber llegado todavía, pero igual di una vuelta entre la gente, buscándola.
Pasó una ho