La Corrupción del Deseo 3

Se acercó con lentitud deliberada, observándome sin dejar de sonreír.

—Tantos deseos frustrados en ese corazón. ¿No querés pedir siquiera uno? —Soltó una risita que me empujó un paso hacia atrás—. Ya viste que el precio no es tan desagradable como lo pintan.

Era el momento perfecto para dar media vuelta y salir corriendo, tal como aconsejara la abuela Clara y como suplicaba mi instinto de conservación. Pero cuando quise moverme, descubrí con horror que mis piernas no me obedecían: estaba clavada al suelo como si tuviera los pies en un bloque de cemento.

—Qué gracioso. Le tenés miedo a tus propios deseos.

Apenas presté atención al detalle de que parecía capaz de leer mi mente. Sentí el sudor que me resbalaba por la cara y bajo la ropa. No lograba mover mis pies siquiera un milímetro, y el demonio estab

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