Había poco trabajo, como siempre en noviembre. Pedro y yo hacíamos las pocas excursiones que armaban en la agencia, y César se encargaba solo de los traslados. Éramos los tres de confianza, y Lucía y Mauro acordaron que se turnarían para cubrir las mañanas, y empezarían a cerrar los sábados a la tarde y los domingos hasta mediados de diciembre. Mi hija insistió en hacerse cargo de las salidas de los domingos a la mañana, ganándose la gratitud eterna de los dos.
Lucía volvió a llamarme en su segunda mañana libre. Su voz me alcanzó clara, inconfundible, cuando bajaba de Campanario con diez pasajeros. Los acompañé hasta la kombi, le dije a Pedro que iba al baño y salí disparado hacia el cerro Otto.
—Disculpá, pero estoy en medio de Circuito Chico con tus pasajeros.
No era la mejor excusa para darle. Opté por