Una cruzada absurda

Frederick

Cuando por fin salí de la sala de apuestas privadas fui directamente a la barra principal donde estaba Catriona con un Cosmopolitan frente a ella, mientras tamborileaba la reluciente madera con sus cuidadísimas uñas al ritmo de la música. Ya eran las ocho de la mañana, pero aun así todavía estaba abarrotado de personas. Me senté junto a ella en una de las banquetas vacías y le hice una seña al camarero sacudiendo el vaso en el aire.

Frente a nosotros se encontraban un par de ejecutivos que no paraban de lanzarle sonrisitas, intentando llamar su atención. Sin embargo, ella se encontraba con la mirada perdida hasta que se dio cuenta de mi presencia.

—Podría sentir tu perfume en una habitación cerrada con cien hombres dentro, no conozco a nadie que le siente el Fahrenheit como a ti. —Dijo sin voltear a mirarme.

—Es un clásico. —Sonreí.

—Debemos tomar el avión para regresar a casa a las doce, necesito dormir un poco antes de la despedida de soltera. —El camarero se acercó con un
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