3 | Enamórate de mí

«Enamórate de mí, Kaoh Leod. Enamórate de mí».

Se trataba del mantra que repetía Rossana Regiés para sí misma, frente al espejo de la sala de maquillaje del estudio de grabación de ShowVideo, el programa musical juvenil en el que, en tan solo unos minutos, ella tendría el honor de aparecer como entrevistadora invitada de The Boyz in the Band, las estrellas del pop más aclamadas de la nueva década.

«Si no te enamoro con esta pintaza, Kaoh, no te enamoraré con nada».

Contemplaba su slip dress negro por encima de la rodilla con camisa blanca de manga corta, sus medias oscuras y sus Dr. Martens recién estrenadas, que le daban ese toquecito cool a un look más bien aniñado, que era la característica principal de Rossie.

«¿Y si no le gustan las flacas?», se atormentaba Ro, mientras recordaba que Kaoh en ningún momento había hecho mención a sus gustos en materia de mujeres, en reportaje alguno que ella pudiera recordar.

The Boyz ya están aquí, nena –una voz femenina y muy conocida de la televisión local, la de Erika de Sousa, anfitriona del programa, sacó a Rossie de sus pensamientos irracionales y la devolvió a la Tierra–. Debes salir a presentarte para que te familiarices con ellos antes de la hora de la verdad.

«¡Qué! ¿Tan pronto?». Su corazón se aceleró, su frente se perló de gotitas de sudor, como cuando tuvo que subir corriendo cuatro pisos hasta llegar al estudio de ShowVideo. Inhaló con dificultad, contó hasta tres y exhaló a la cuenta de cinco. Repitió el proceso una vez más.

«La hora de la verdad es justo ahora».

Se acomodó la falda, enderezó el cuello de su camisa, retiró las perlitas de sudor de su frente y retocó su flequillo. Se dio un par de cachetadas suavecitas para espabilarse, y salió hacia la sala de espera, en donde ya estaban aguardándola The Boyz in the Band.

–¡Llegó la ganadora! –dijo en inglés una voz rotunda, como la de un oboe, que retumbó como salida de un parlante. Se trataba de Oscar Moon, el imponente productor de la banda–. ¡Es un gusto conocer a una fan tan comprometida!

Abrazó con sus dos metros de estatura y ciento diez kilos de peso a Rossie, como si esta fuera una muñequita de trapo. Ella no tuvo más remedio que permitirlo.

–Te presentaría a los muchachos, pero creo que ya los conoces –Oscar rio con tantas ganas que parecía que la tierra estaba a punto de temblar con las ondas graves de su vozarrón.

–Toby Dammer –se adelantó The Commander, para tomar la mano de Ro y besársela, en gesto teatral, que tomó por sorpresa a la muchacha–. Encantado de conocerte.

Niko Bass torció los ojos, en señal de profundo hastío. Ni siquiera se molestó en presentarse. ¿Para qué? Era obvio que lo conocía.

–Soy Jared Cavalier –obviamente, El Emperador no iba a dejar que una estúpida moneda de cincuenta centavos le dijera a quién debía cortejar y a quién no. Y mucho menos, Toby Dammer–. Me encanta tu look, pequeña. Te ves súper cool.

Su cumplido hizo que Rossana se sonrojara en serio. Jared no lo dejó pasar. Enseguida tomó su mano y la levantó, para que la chica diera una vuelta de trescientos sesenta grados y modelara su look completo… para él, por supuesto.

–Gracias –dijo ella, sin poder mirar a El Emperador a la cara.

A Tob se le borró la sonrisa, como por una fracción de segundo. Si Jared quería batirse a duelo, había elegido el campo de batalla equivocado. Ya se lo haría saber en el transcurso de la entrevista.

Mientras, Rossie esperaba con ansias algún gesto, el que fuera, por parte de su amor verdadero, su futuro esposo, el hipotético padre de sus hijos: Mr. Kaoh Leod.

–Qué tal… –dijo este, sin quitar su vista del gameboy. Parecía que estaba a punto de romper su récord personal de Tetris, o algo así.

–¡Saluda bien, imbécil! –Toby arrebató, de un manotazo, el gameboy a Kaoh. Este clavó sus profundos ojos azules en el el líder de la banda. Pero para el Babyboy no era momento de pelear, al menos, no todavía.

–¡Qué tal! –le dijo a Rossie, con marcada ironía y una fingida sorpresa, mientras le estrechaba la mano con una efusividad que, por obvias razones, no sentía en absoluto–. ¡Encantado de conocerte!

Rossana se quiso morir.

–¿Estás contento, Tob, o quieres que lo repita? –esta vez, a Kaoh se le borró cualquier gesto de amabilidad fingida que hubiese actuado hace un segundo atrás.

The Commander acercó el gameboy a las manos de Kaoh, y este se lo arrebató con la misma violencia con la que, un minuto antes, Toby se lo había quitado de las manos. El Babyboy tomó asiento en uno de los sofás de la sala de espera y se dispuso a jugar otra partida, sin hacer caso a lo que ocurría fuera de su minúsculo universo personal.

Rossana quiso morir, por segunda y definitiva vez. Tuvo que respirar en profundidad para que no se le saltaran las lágrimas. Hubo alguien que notó la alarma de llanto: Jared, cuyo nickname dentro de la banda era The Goodboy, por alguna razón.

Aunque, quizás, no necesariamente por la correcta. 

–Kaoh es un junkie de los videojuegos, pequeña. No es nada personal –el Goodboy se acercó enseguida a Rossie, posó su brazo izquierdo al hombro de ella y la alejó a unos pasos del resto de la banda. Sacó un pañuelo del bolsillo de su camisa, y se lo ofreció.

–Está limpio, pequeña –bromeó–. Dale, con confianza.

Rossie rio en medio del primer lagrimeo. Le temblaban las manos. Fue Jared quien secó sus lágrimas, no ella. Ella no pudo hacerlo por sí sola.

–Ya, ya –el Goodboy la abrazó con ternura y la arrulló de derecha a izquierda–. Ese imbécil me va a oír. Hacer llorar a una fan…

Niko, que contemplaba la escena a una distancia prudencial, resopló, una vez más, en señal de fastidio.

Mientras tanto, se podía oír a lo lejos, cómo Toby y Oscar echaban una buena reprimenda a Kaoh, quien los ignoraba como lo haría con un par de mosquitos que le zumbaban en el oído.

–¿Ya estás mejor? –preguntó Jared a Rossie, sin dejar de abrazarla.

Rossie negó con la cabeza.

«Mi maquillaje se ha arruinado. Mi vida se ha arruinado», era en lo único que podía pensar, pero no decir en voz alta.

«Pero, ¡qué bien huele Jared!», ese nuevo pensamiento también se coló en su mente, sin que ella lo hubiese previsto, siquiera.

–¿Qué hacemos? –preguntó el Goodboy, en voz alta, para que Toby y Oscar lo oyeran–. ¿Cancelamos la entrevista?

–Alguien dele un calmante a esta chica y acabemos con esto –dijo Niko, molesto–. El jet lag me está matando.

–No, no –gritó Ro, como si alguna fuerza desconocida le hubiera devuelto a la vida–. No es necesario, puedo hacer la entrevista sin problemas.

Si a alguien se le ocurriera darle un calmante, seguramente la noquearía. No había manera de que algo así pasara. Esa era la oportunidad de su emergente carrera. No iba a dejar que un estúpido popstar con mala actitud la arruinase. Ni aunque se tratara del mismísimo Kaoh Leod, el desde aquel preciso momento ex-amor-de-su-vida.

–¡Salimos al aire en cinco minutos! –la voz de Erika de Sousa timbró dentro de la sala de espera. Se quedó mirando la cara de acontecimiento de los participantes–. ¿Está todo en orden?

–Todo en orden –dijo Oscar Moon, con su voz de bajo–. ¡Que comience el show!

–Tienes cinco minutos para corregir tu maquillaje, pequeña –el Goodboy secó con sus pulgares lo que quedaba de lágrimas en las mejillas de Rossana.

–No sé cómo agradecerte por todo lo que has hecho, Jared –dijo ella, y quiso llorar de nuevo–. En serio.

–Solo rómpete una pierna –bromeó él–. Te veo en el estudio.

Rossie sonrió y, en un gesto automático, se puso de puntillas para abrazar efusivamente al Goodboy, quien le correspondió con toda la honestidad de la que fue capaz.

Y que era mucha, por cierto.

Ella se perdió en la sala de maquillaje, mientras Jared la veía alejarse, de espaldas, con una ligera sonrisa en los labios que no sabía que una chica fuese capaz de arrancársela de forma tan… intuitiva.

Ese gesto preocupó un poco al Goodboy, pero no lo suficiente como para disuadirlo de lo que se traía entre manos desde que puso el ojo encima a Rossana Regiés, afuera del estudio, mientras ella corría desesperada hacia el que sería el primer encuentro con el destino de ambos.

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