2 | Hottie vs Cutie

Siete años antes

Desde la limusina negra de vidrios polarizados, The Boyz in the Band esperaban la señal que la policía les haría para poder bajar del vehículo e ingresar al edificio de CapitalTV. Había jovencitas por todas partes: en los alrededores del canal de televisión, en calles aledañas, o apiladas en los balcones y terrazas de los edificios contiguos.

Protegido dentro de la seguridad del lujoso automóvil, Jared Cavalier, bautizado por sus fans como El Emperador, y vocalista principal del grupo, observaba con atención –tal como era su costumbre– a las asistentes al programa que aguardaban en fila, a las puertas de la entrada principal, con sus pases en mano, sus posters, discos y carteles de bienvenida, detenidas por una cadena humana de policías, guardias de seguridad y guardaespaldas, que impedían que se aproximaran –y rodearan– a los integrantes de la banda, desde todos los ángulos posibles.

La multitud era predecible, ya había ocurrido algo parecido el día anterior en el aeropuerto, cuando The Boyz in the Band arribaron a La Capital. Esta vez, a la fuerza policial no le tomaría por sorpresa una muchedumbre de niñas histéricas.

En medio de todas las fans destacaba una, que llegó corriendo a zancadas que dejaban lucir sus delgadas piernas, calzadas con zapatitos saddle y medias blancas hasta la rodilla, con esa falda de uniforme azul a cuadros grises y su saco en V a juego con blusa marinera blanca. La chica mostró su pase de prensa al guardia de la puerta e ingresó como una gacela hacia dentro del edificio. Llevaba consigo una funda de ropa para armario y una bolsa de mano.

–¿Será ella? –preguntó Jared a Kaoh Leod, alias The Babyboy y segundo vocalista de la banda.

Who knows? –respondió él, mientras se encogía de hombros y sin quitar la vista de su gameboy, que lo entretenía en lo que duraba la espera–. En lo que a mí respecta, todas se parecen.

–Su nombre es Rossana Regiés, dieciocho años, estudiante destacada y presidenta del club de periodismo del Co-le-gio Sa-gra-do Co-ra-zón, uno de los más emblemáticos de La Capital –dijo Tobby Dammer, A.K.A. The Commander, líder indiscutible de la banda. Aquella última frase fue pronunciada en un español con marcado acento anglosajón, mientras leía unas tarjetas de ayuda memoria que le habían entregado, de parte de la televisora, un día antes–. Más vale que memoricen estos datos, Boyz, no queremos hacer sentir mal a nuestra anfitriona.

Hottie or cutie? –preguntó Jared a Toby, mientras recibía de este una copia de la tarjeta memoria con los datos de importancia para la entrevista, junto con el listado de preguntas.

Cutie, definitivamente –respondió The Commander, sin dudarlo ni por un segundo.

–Entonces, hoy es mi día de suerte –dijo Jared–. No te preocupes por ella, bro. Me encargaré de tratarla muy bien.

–No dije que por ser cutie no me gustara, bro –Toby sonrió a El Emperador con ironía cuando le habló–. Resolvamos esto como gente civilizada.

Oh… it’s not fare! –protestó Jared, mientras sacaba de su bolsillo una moneda de cincuenta centavos de los Estados Unidos de América, su clásica lucky coin–. ¿Cara o cruz, bro?

–Tú lo sabes –Toby siempre elegía cara, porque él era el jefe, The Commander, el macho alfa de su manada. Y su manada era The Boyz.

El Emperador echó al aire la moneda y la atrapó con su mano izquierda antes de que cayera al piso. La colocó sobre el dorso de su derecha y, antes de descubrir el resultado, dijo:

–¿Dos de tres?

Nope –respondió Tob, tras negar con la cabeza.

Cuando Jared destapó la moneda, se reveló el perfil griego del presidente Kennedy.

Damn it! –se quejó el Goodboy, mientras Toby Dammer se reía satisfecho y le palmeaba la espalda.

C’est la vie, mon ami –dijo The Commander, todavía con una media sonrisa de satisfacción en los labios.

–Que te aproveche, bro –respondió Jared, visiblemente fastidiado.

–¿Saben qué? –dijo una voz al lado opuesto de la limusina, era Niko Bass, el siempre callado cuarto miembro de la banda–. Ustedes dos dan asco.

Aunque cuando hablaba, lo hacía en serio.

Toby se le quedó mirando con cara de ¿y a este qué le pasa?, mientras que Jared soltaba una risita de aquellas que empleaba para quitar importancia a los comentarios que no le convenía escuchar.

Alguien golpeó la ventanilla de la limusina, de cara a Jared. Este bajó el vidrio.

–Ya pueden entrar –dijo el guardaespaldas en jefe de la banda–. Prepárense.

Jared se desperezó con calma dentro de la limusina, mientras que el resto de miembros de la banda lo apuraban para que saliera del maldito auto, de una vez por todas.

–Después de todo –dijo el El Emperador, una vez afuera del vehículo, y mientras ingresaba junto con sus compañeros por la puerta posterior del edificio–, presiento que hoy será un gran día.

Pero, al decirlo, el leadsinger de The Boyz in the Band todavía no tenía idea de la importancia capital que aquella tarde tendría, a la hora de determinar su destino para el resto de su vida.

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