Después de una noche ajetreada, la pareja durmió hasta muy tarde. Elizabeth fue la primera en despertar. El brazo de su esposo seguía rodeándola por la cintura. Intentó levantarse con cuidado, pero cuanto más se movía, más fuerte parecía sujetarla.
Probó otra estrategia: intentó levantarle la mano. Sin embargo, parecía que él no tenía ninguna intención de dejarla ir.
—¿A dónde quieres ir? —preguntó Federico, medio dormido—. No importa a dónde sea... no te dejaré —murmuró, apretándola aún más contra su cuerpo.
Elizabeth puso los ojos en blanco.
—¡Te vi! —agregó él, con voz ronca—. Ahora menos que nunca te dejo ir.
Ella se sorprendió.
—¿Qué me viste hacer? —preguntó sonriendo—. ¡Necesito ir al baño! No sé si recuerdas... pero soy humana.
Él rio y le dio un beso en el cuello, luego otro en la espalda.
—Para mí eres un ángel —susurró.
— Pues tu ángel ¡necesita ir al baño! —rio ella, forcejeando hasta lograr zafarse y salir corriendo.
Él soltó una carcajada feliz. Nunca creyó que un ser