Lizzy salió en bata tratando de mantener la compostura y sonreír como lo había hecho antes que él se fuera.
Federico la miró y notó una cierta sombra en sus ojos. Elizabeth no sabía mentir, sus ojos eran tan transparentes que decían todo y nada a la vez.
—¿Sucede algo? —preguntó él, inquisitivo.
— ¡Oh, no! ¡en absoluto! Me quedé leyendo y mis ojos se han cansado un poco, eso es todo.
Él frunció el ceño. “Pequeña y hermosa mentirosa” pensó, tensando su mandíbula.
Fue hasta ella y la besó, Elizabeth recibió su beso como hacia últimamente pero no atinó a tocarlo como había hecho en la noche ni en la mañana, se quedó con sus brazos caídos.
Federico sintió una leve decepción y furia, pero debía contenerse o la espantaría y no quería eso.
— Vístete, ponte algo cómodo y vayamos a tomar algo al jardín. ¿Quieres? —dijo, pellizcando su mejilla.
Ella sonrió, complacida.
— Claro, bajo enseguida.
Federico, furioso bajó rápidamente la escalera.
—¡María! —gritó.
Héctor apareció enseguida.
— ¿Señor?